Por Víctor Manuel Andrade Guevara
Hace algunos años, los politólogos Richard S. Katz y Peter Mair, publicaron una obra titulada “Democracia y cartelización de los partidos políticos” (la versión en español es del año pasado: Richard S. Katz y Peter Mair, Democracia y cartelización de los partidos políticos, Editorial Catarata, 2022). Esta obra es una investigación extensa y profunda sobre las modificaciones que en varias democracias occidentales estaban cobrando los sistemas de partidos, particularmente, en lo que atañe a las relaciones entre los partidos políticos y los ciudadanos. Concebidos originalmente como instituciones que median entre el Estado y los ciudadanos, los autores advertían sobre la peligrosa tendencia que observaban en los partidos políticos, de dar cada vez más prioridad a sus vínculos con el Estado, propiciando, por el contrario, un alejamiento respecto de los ciudadanos.
A través de un arduo registro estadístico, los autores dan cuenta de la descendencia en el número de afiliados a los partidos, la reducción de la participación electoral, y la progresiva desaparición de instancias o espacios donde los afiliados pudieran participar en la toma de decisiones de estos organismos. En su lugar, gracias a la creciente influencia de los medios de comunicación, las elites tendían a tomar decisiones de manera centralizada y vertical: elecciones de candidatos, de dirigentes, y, sobre todo, la orientación sobre las políticas públicas a impulsar.
En esas circunstancias, las élites de los partidos daban prioridad a los vínculos con sus alter-ego de otros partidos, cuando tenían que resolver situaciones como sus mecanismos de financiamiento, o las facultades y potestades para tomar decisiones en materia de política pública, excluyendo procesos de consulta o deliberación, o la intervención de organismos ciudadanos independientes. Este “blindaje” de los partidos respecto de los ciudadanos, contribuía a alejar a estos últimos de los procesos electorales y alentaba la tendencia, siempre presente, de la llamada “desafección política».
Esta falta de vínculos reforzaba la multirreferida “crisis de representación” en las democracias contemporáneas. El estudio cierra con un capítulo que aborda cómo, esa tendencia a la desvinculación entre partidos y ciudadanos, dio pie a la falsa salida que representó el advenimiento de los liderazgos populistas. Si la desconexión entre partidos y ciudadanos desalentaba la participación, los regímenes populistas que empezaron a cobrar auge, tiraban al niño junto con el agua sucia de la bañera, estableciendo un vínculo directo, sin mediaciones, sin deliberación, sin espacio para la crítica y la construcción colectiva de decisiones, entre el “pueblo” y los líderes”, ya que estos son nada proclives a establecer instancias de diálogo y discusión. Para ellos, los partidos a los que pertenecen, representan más un obstáculo que un apoyo. A menudo, se sirven incluso de estructuras paralelas, que de manera vertical realizan el trabajo que otrora efectuaban los partidos políticos.
Lejos de resolver el problema de la crisis de la democracia que se vivía sobre todo en occidente, los populismos significaron una agudización de esta crisis. Si antes la toma de decisiones estaba secuestrada por unas élites enclaustradas en recintos opacos, refractarios a la transparencia, ahora los procesos de decisión se concentraban en una sola persona, que trataba de legitimar su decisión unilateral, haciendo creer que representaba la voluntad del pueblo.
Sin lugar a dudas, una situación similar, con sus previsibles especificidades, pasó aquí en México. Progresivamente, los partidos políticos fueron asumiendo, sobre todo en la segunda década de este siglo, un carácter similar a lo que Katz y Mair llaman “cartelización”. Esa cartelización, aderezada con altos niveles de corrupción e irresponsabilidad de la clase política, condujo en cierta medida, a una crisis de legitimidad, abonando las condiciones para la emergencia del populismo de López Obrador, quien usa a Morena y otros partidos como instrumentos para ejecutar las decisiones que toma de manera unilateral.
Todo lo anterior viene a cuento porque los últimos acontecimientos nos hicieron recordar que los peligros de un declive de la precaria democracia mexicana provienen no sólo de las tendencias autocráticas que mantiene el actual presidente, sino también de esta cartelización de los partidos, tanto los de oposición como los del gobierno, expresada en la toma de decisiones unilateral, desvinculada de los intereses y la voluntad ciudadana. Me refiero, por supuesto, al intento, afortunadamente fallido, de tratar de limitar la autoridad del Tribunal Federal Electoral, respecto de los procesos internos de los partidos. No ocultó ninguno de ellos -salvo Movimiento Ciudadano que también asume rasgos de esta cartelización- la incomodidad que les genera la regulación que ejerce esa autoridad, sobre todo, en cuanto al necesario respeto de los procedimientos democráticos en la toma de decisiones.
En los próximos meses vamos a ser testigos de esa cartelización, cuando, muy seguramente, la mayoría de cargos de representación popular sean designados bajo mecanismos verticales, excluyendo la participación de sus miembros. Tanto las encuestas, como los acuerdos cupulares, eluden los mecanismos democráticos: la deliberación, la argumentación y la toma de decisiones razonada, y sobre todo, conculcan derechos de los ciudadanos en general, y de los militantes de los partidos en particular.