Por Uriel Flores Aguayo
No es lo mismo el eufemismo que la mentira. El primero puede ser la forma suave y hasta elegante de decir algo; la segunda es el cambio negativo del sentido de las palabras.
En nuestra realidad política hay una mezcla de ambos términos usados indistintamente para eludir o alterar los significados de las palabras. Los accidentes en el Metro de la Ciudad de México, donde se ha demostrado hasta la saciedad que ocurren por falta de mantenimiento, resultan hechos “atípicos” para las autoridades. Es obvio que eluden y mienten a la vez. Emplear la expresión “atípico” es una evasión.
Cuando en Veracruz ocurren horrendos actos de violencias en forma de recurrentes masacres se acude en automático al señalamiento de que son hechos aislados y ocasionados por delincuentes. Sin investigación se juzga y criminaliza. Se elude y se miente. Ese nivel de evasión no llega a ser eufemismo.
Una añeja aspiración ha sido que en la política y la vida pública en general se hable con claridad, que se sea directo y categórico. Se actualiza el viejo dicho de “al pan, pan y al vino, vino”; o el de “para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo”.
La nueva clase política hizo suyos los viejos recursos retóricos y demagógicos del antiguo PRI. También ahora su discurso es hueco, solemne, rimbombante e indefinido. Dicen todo y no dicen nada. Comunican mal y opacan la deliberación pública. La mentira conspira contra la democracia. Ajustan los hechos a su oratoria y narrativa. Es grave.
Ese tipo de posturas, anacrónicas, dificultan el diálogo y la comunicación. Como no se sabe qué dicen o qué quieren decir, uno puede interpretar lo que quiera. Es un serio problema de nuestra realidad política.
Nada de eso cambió con la supuesta regeneración de la vida pública de México, que se quedó en el papel. No llegó ni siquiera a las palabras. Tiene que ver con salidas fáciles a la hora de fijar posturas pero también con el nivel cultural y la trayectoria de los funcionarios, ya sea del ejecutivo o del legislativo.
Es alarmante, por ejemplo, cuando se escuchan confusos mensajes de autoridades educativas. Pero así están en lo general. Para todo tienen respuesta aunque sean palabras vacías y erróneas. Su discurso enredado confunde e inhibe la conversación; no informa, no aclara y mucho menos alienta el diálogo.
Deberían prepararse lo suficiente para encarar con altura la problemática que se les presenta de acuerdo a su responsabilidad. Están ahí por los votos y confianza de mucha gente a la que dijeron ser agentes de cambio. Demuéstrenlo. Tal vez ya sea un poco tarde para que intenten cosas mayores en estos asuntos pero, al menos, alistarse para cerrar con decoro sus periodos en el cargo.
Harían un buen servicio a la democracia y a la educación cívica si empiezan a hablar claro y con verdad.
Recadito: se viene la oleada pre electoral.