Por Emilio Cárdenas Escobosa
Terminó la ilusión colectiva. La Selección Mexicana de Futbol quedó eliminado de la Copa del Mundo Qatar 2022. Por primera vez desde Argentina 1978, el Tri se despide de un Mundial sin superar la Fase de Grupos. El combinado nacional recuperó el gol demasiado tarde, en el juego contra Arabia Saudita, pero se quedó en la orilla de un milagro en Medio Oriente que todo el país esperaba.
Esta eliminación es un desastre que se veía venir desde hace tiempo y pese a que se buscaba conjurar esa posibilidad, se rompió la racha de siete Mundiales de forma ininterrumpida con clasificación a octavos de final.
Despertamos del sueño y volvemos a nuestra frustrante realidad.
Porque México es un país ávido de buenas noticias, de triunfos, de alegrías en medio de nuestra cotidianeidad marcada por la inseguridad y la violencia, las promesas de los políticos, el desánimo, el hartazgo ante la corrupción y la simulación de los gobiernos, el enojo social por nuestras lacras del día a día, potenciadas hoy por la guerra sin cuartel que libran los bandos en pugna en una nación polarizada y dividida.
Ese es el mérito del balompié: representa una acabada forma de catarsis social en la que, si no siempre gana nuestro equipo favorito, el juego nos permite soñar en que en el próximo partido es posible cambiar, con determinación y coraje, las derrotas por victorias. Nos da la posibilidad de imaginar, aunque sea por un mes, el tiempo que dura el Mundial de Fútbol, de que México hará historia, de que los jugadores nos darán la dicha inmensa de brindar su mejor participación en ese torneo internacional.
Por eso lo sucedido en Qatar duele, porque pese a que no somos ilusos albergamos en nuestros corazones la expectativa de que ahora sí el seleccionado nacional trascienda.
Que un fracaso más que de los jugadores, de los federativos que escogieron a un técnico que jamás conectó con la afición, que actuó con incongruencia a la hora de escoger a los jugadores idóneos o de plantear la estrategia en cada encuentro. Gerardo El Tata Martino es sin duda uno de los responsables de la debacle y de esta terrible frustración. Pero no es el único ni el más importante: Mikel Arriola, presidente de la Liga MX, y Yon de Luisa, titular de la Federación Mexicana de Futbol, son tan responsables y deben rendir cuentas.
Porque sabemos que mientras siga prevaleciendo el interés de las televisoras por encima del futbol y la competencia deportiva tenga menos importancia que el hacer dinero con la marca, regalías y patrocinios del Tricolor, nuestro balompié seguirá desilusionando a la fanaticada mexicana que sufre mundial tras mundial y competencia tras competencia.
Técnicos van y técnicos vienen y el fútbol mexicano a nivel de selecciones nacionales no avanza. Se apunta que entre los problemas que arrastra el fútbol mexicano está la implementación de dinámicas como el repechaje, la eliminación del ascenso y descenso, el elevado número de plazas para jugadores extranjeros en la liga o el abandono de los torneos sudamericanos como la Copa América y Libertadores, certámenes que ayudaba a los planteles y jugadores del futbol mexicano a tener mejor nivel.
Ahora, ¿qué sigue? El proceso de selección de un nuevo timonel que ya está en marcha, a la espera de designarlo a inicios del 2023 para el proceso que habrá de llevar al combinado al Mundial 2026 que se disputará en nuestro país, además de Estados Unidos y Canadá.
Ojalá el fracaso en Qatar sacuda el orden establecido en el fútbol mexicano. Es lo menos que merece la leal y frustrada afición mexicana.
Porque los once jugadores que saltan a la cancha en los mundiales llevan en sus botines y en sus playeras la carga del honor patrio, de traer a México los mejores resultados, de jugar el quinto partido, de honrar la bandera que el presidente puso en sus manos. Son nuestros héroes de un ratito, la oncena que concentra las aspiraciones de un futuro de grandeza, símbolo temporal de la nación, y, desde luego, el distractor más a la mano de los agobios cotidianos, de la frustrante tarea de tratar de entender los temas difíciles, el mejor espectáculo para no aburrirnos con discusiones y peroratas sobre el rumbo del país, para obviar las insufribles disputas de los políticos.
Algo tendrá que hacerse y en serio, puesto que si algo tiene el fútbol es que nos une, creamos lo que creamos, militemos donde militemos, prácticamente todos nos vemos envueltos en esa loca pasión por este inabarcable fenómeno de masas, que nos ofrece la esperanza e identidad que, las más de las veces, no reconocemos en la política y menos en los políticos.