Que llueva café a cucharadas

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

La relación que los escritores han mantenido con la placentera, reavivante, intensa y aromática bebida es muy parecida a un tórrido romance. El café tiene una gracia que no se encuentra en otras: calienta, despierta, entona, incluso llega a alimentar si se toma con leche, refresca cuando se toma con hielo (aunque se considere herejía para los verdaderos bebedores y catadores de café) o embriaga cuando se le inyecta un chorrito de dulce licor.

En diversas culturas, sociedades y épocas ha sido apreciado como moneda de gran valor.  Algunas cafeterías en distintas ciudades del mundo se transformaron en los sitios emblemáticos para las reuniones sociales, como mencionó el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas “el espacio predilecto de la esfera pública burguesa”.

Beber un café bien conversado se convirtió en el paradigma del ser urbano y con ausencia de tiempo, un hábito común para artistas del siglo pasado como Federico García Lorca, Arturo Rubinstein, Luigi Pirandello, Alfonsina Storni, Raúl Alfonsín, Horacio Ferrer o Tita Merello quienes se reunían en el café-teatro Tortoni, en Argentina, escenario en el que inició con su canto Carlos Gardel.

Aunque los artistas ocupaban muchas mesas en sus debates gastaban poco, pero siempre han dado prestigio al café. En ocasiones el motivo para el desvelo y la inspiración de escritores como Voltaire, Jonathan Swift, Honorato de Balzac, Truman Capote, T.S. Elliot, Miguel de Unamuno, José Martí o Rubén Darío quienes dedicaron paladar y palabras a tan aromático brebaje.

Autores como Ortega y Gasset asistían a las tertulias en los cafés en Madrid y este aseveró con mucho disfrute su deseo de “morir en una tertulia”.

Los artistas, exigentes consumidores del espresso, preparado con agua calentada a correcta y precisa temperatura, en cantidad exacta, expedida por la máquina de invención italiana, a una presión adecuada durante un tiempo riguroso, ni más ni menos, que pase por un buen grano, correctamente tostado y molido, delicioso, delicado y aromático; esos artistas nunca imaginaron que en algún lugar y tiempo se tomaría un café tamaño Venti, rebajado con agua y recalentado hasta quemarse.

Finalmente, no hay gusto, ni placer comparable al de tomar café, después del agua es la bebida más consumida en el mundo, algunos la conocimos en nuestros primeros años de vida y nos ha acompañado en todas nuestras correrías, besa la boca, acaricia la garganta y nos consuela en los momentos de tristeza, pues como canta Juan Luis Guerra:

Pa’ que en el Conuco no se sufra tanto, oh oh

Ojalá que llueva café.