Por Uriel Flores Aguayo
Hay cierta inclinación en la sociedad por decir que tal o cual tiempo es especial, que algo importante ocurre, incluso se le llama histórico con cierta facilidad. Esa tentación es más contundente desde el poder, siempre colocándose en un pedestal y pretendiendo algún tipo de trascendencia histórica con un imaginario legado. En la sociedad hay un déficit de memoria y costumbres democráticas; se olvida lo malo y se acepta como nuevo y mejor lo que se tiene enfrente. El poder político se ejerce tradicionalmente y desahoga sus responsabilidades con pocas exigencias propias y de la colectividad. No se profundiza en la democracia desde los gobiernos ni se recibe una exigencia mayor desde la sociedad. La concentración del poder y el cuestionamiento a la pluralidad tiene un bajo costo político por el predominio de una sociedad clientelar y apática respecto a los asuntos públicos.
Se impone una agenda que la cuestiona, pero se aprovecha de las reglas de la democracia. Hay un serio y evidente retroceso en ese sentido. Estamos volviendo a la presidencia imperial, al partido hegemónico – aplanadora, al partido oficial y satélites, a la negación de la división de poderes, a la inhibición de la crítica, al cuestionamiento de la pluralidad, a los monólogos y a la militarización. No son noticias optimistas para nuestra democracia. Un proceso de transición democrática que nos llevó décadas está en riesgo. Por supuesto México ha cambiado en algunos aspectos: hay elecciones bien organizadas, conexión con el mundo, juventud crítica, relativos hábitos democráticos y expectativas de mejoras sociales. Eso permite tener la esperanza de que no nos sometamos al despotismo, que se pongan límites al poder político y se intenten las alternancias.
De todos modos, estos son tiempos grises en términos democráticos. Tiempos de anacrónicas unanimidades y cultos a la personalidad, tiempos de caudillos y reaparecidos temores represivos. Con la militarización se regresa a un pasado de ochenta años, a los orígenes revolucionarios que costó sangre superar; es lo más incongruente del momento desde una perspectiva progresista, ya no digamos de izquierda; tiene más que ver con ideas y programas de derecha, al estilo de las dictaduras. Esa contradictoria decisión ni siquiera ha dado buenos resultados en materia de seguridad, ni se espera que los de. Es una apuesta autoritaria y fácil, en lugar de desarrollar una policía nacional.
La atmósfera que se vive en México es de preocupación y desaliento en los ámbitos informados y participativos; ante nuestros ojos, en tiempo real, ocurre una regresión cubierta con transparentes mentiras y exaltada retórica. A veces el elefante anda en la sala de la casa y no todos lo notan.
Del tiempo de luz pasamos a los días grises y hasta oscuros; de las esperanzas de cambios y futuro pasamos a la vuelta al pasado. Se pudo haber evitado estas tensiones, desgaste y retroceso con visión de Estado y la genuina humildad que da la grandeza. Estamos caminando en círculos. Los métodos viejos volvieron fuertes con otros rostros. Las crisis son retos, las adversidades son exigentes. Surgirán liderazgos nuevos y valientes; una parte de la sociedad no será conformista y luchará por ideales libertarios. Son tiempos de obvia definición, de oscurantismo o ilustración y de democracia.
Las tareas ciudadanas son inmensas, urgen de conocimiento y valentía. Ahora más que nunca, por el espejismo de un cambio fallido, es indispensable la claridad de ideas y el compromiso democrático. Señalar los temas prioritarios, darles centralidad, argumentar, convencer, deliberar, dialogar y presionar a los partidos para que sean consecuentes con México todo. Nuestro futuro está en juego, evitar pérdida de tiempo en la apuesta por el desarrollo social y político.
Recadito: a las necesarias obras en Xalapa, le siguen urgiendo mejor planeación.