Cortázar y el perfecto amor imperfecto

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

El amor es uno de los asuntos versados y revisados en tratados, ensayos, estudios científicos y por supuesto en la literatura, por lo tanto, es prácticamente imposible ser original sobre el tema, pero Julio Cortázar penetra en la conciencia de quien lo perpetra en el deseo de obtenerlo, más allá de la buena intención o el entusiasmo romántico que lo impulsa.

Es Cortázar quien a través de un lenguaje propio, lúdico, musical y único lleva a lo imposible del amor, el que se gesta en París, el sitio en el que “el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos”, el sentimiento privilegiado con tendencia  a la razón, pero que se desvía al tratar de ser lógico, porque nos encuentra y cae de pronto como la tormenta, por lo tanto, no se escoge, nos elige, para trasladarse después a otras ciudades del globo.

Es el amor que nace por las diferencias, entre el intelectual, que piensa demasiado y la sencilla e ingenua existencia de quien llena de conceptos su cabeza hueca, son los aparentes opuestos que se atraen y que lógicamente no tienen un final feliz. Los que se buscan en el horizonte de la Rayuela, a esos que les bastan besos que la boca elige y se acercan hasta convertirse en cíclopes.

El amor de Cortázar es el que se encuentra sin buscarlo, el que aparece en un club de jóvenes o en un viaje, en una autopista en el sur, en donde un romance que se había iniciado no puede llegar a ser, es el intenso sentimiento que extiende puentes entre el pasado y el presente, que altera la realidad y la vuelve sueño, que duele, pero da vida.

Cortázar dibuja un amor que transforma irremisiblemente, que reside en las estrechas circunstancias relatadas y en la resonancia de su propia pulsación, del latido sobrecogedor de un corazón  que es ajeno al nuestro y que es perfecto en su imposibilidad  como la mano izquierda que se enamora del guante que vive en la derecha.