No ser iguales

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Por Martín Quitano Martínez

 

Para algunos hombres que hacen gala de ser demócratas, la democracia es una camisa de fuerza

Ignacio Manuel Altamirano

 

Qué agradables y oportunos los discursos autocomplacientes, las lisonjas que permiten alejarse por momentos de la desagradable y compleja realidad, de la vida cotidiana de los otros. Hay tan pocas ocasiones.

Siguen asesinando periodistas, siguen opinando los extranjeros sobre la dura cara de la violencia y la inseguridad que padecemos y sobre los desaciertos gubernamentales. La respuesta oficial surge del mismo rincón oscuro de esta administración, origen y destino de sus errores e incompetencias: las fuerzas oscuras del complot y la mano negra que ahora han trascendido los límites nacionales. Un manido recurso argumental que ni siendo tan trágico, deja de ser cómico.

Arrinconados cada vez más por la falta de buenos resultados, las explicaciones para las críticas situaciones que padecemos son un desagradable coctel de evasiones, lamentos, denuestos y abundantes mentiras, con el que mañana tras mañana se monta una versión única y particular de la gestión de gobierno, enarbolando una superioridad moral sustentada en la “verdad incuestionable” que desprecia las opiniones diferentes.

Cursando el cuarto año de gestión, se avizora que muchas de las promesas que los llevaron al poder quedarán sin cumplirse, principalmente los ofrecimientos de ser diferentes, los de atacar los males construidos por los anteriores, sobre la corrupción, la arbitrariedad y la impunidad.

Todos los días se documentan desvíos, tráfico de influencias, nepotismo, ilegalidad y abuso de poder en muchos de los actuales gobernantes de todos los niveles, comportándose igual o peor que los anteriores, quedando la transformación ofrecida en otra simulada aspiración.

Bajo ninguna reflexión seria e informada podría suponerse que la gravedad y profundidad de nuestros problemas nacionales podrían tener soluciones únicas e inmediatas. Se parte del reconocimiento de la envergadura de una transformación nacional, que lograra superar nuestros rezagos y taras, pero está quedando claro que el camino elegido y hasta ahora recorrido, no nos está conduciendo a buen puerto.

Con las ofertas de campaña y después del motivante discurso del triunfo electoral, en el que se planteó la más amplia convocatoria nacional para la construcción de un gobierno para todos, se pasó a una estrechez política no vista en las últimas décadas, a los delirios únicos, a las facciosas aseveraciones y la continuidad de los ejercicios de gobierno para los suyos; muy atrás quedaron las promesas de ejercer de manera distinta el poder. Tal vez, la legitimidad de los 30 millones se interpretó como una patente de corso para deshacerse de los compromisos de ese mensaje inicial.

No se entendió a profundidad que el compromiso era reconocerse en opiniones alternas, que para otros millones, la exigencia era la pluralidad democrática, y que, más allá del respaldo a las ideas ganadoras, existen otros millones de mexicanos con ideas diferentes. Ganar era para no ser iguales a los anteriores, era gobernar para todos, es el compromiso por la obligación democrática que le fue depositada.  La diferencia esperada era la altura de miras, la estatura suficiente para darle cauce a la pluralidad y desde ahí, gobernar en concordia reconociendo y resguardando las diferencias, en unión democrática.

Hoy por hoy la cerrazón y la discordia son el sello que reiteradamente se aplica. Los que piensan diferente son enemigos, conspiradores o traidores a la patria. ¿Dónde está la diferencia con los anteriores?

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

El asedio al INE es, en sí mismo, el acoso a nuestra frágil democracia.

 

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