En un laberinto
Por Javier Solórzano Zinser
Queda en claro que para cambiar la lacerante y dolorosa inseguridad del país se deben transformar, entre otras cosas, las condiciones de vida.
López Obrador insistió en ello como candidato en innumerables ocasiones. Colocó la transformación como la estrategia para acabar con la inseguridad. Bajo la lógica de crear condiciones diferentes en lo económico-social fundamentó su discurso.
A esto se sumaron ideas y frases, las cuales al paso del tiempo han resultado ineficaces y a menudo señaladas como propuestas muy alejadas de la llamada terca realidad.
Aquello de abrazos no balazos nunca tuvo sentido por más que el Presidente lo repitiera como si fuera una estrategia que pudiera trascender.
La delincuencia organizada nunca lo tomó en serio. Diferentes hechos evidenciaron que las cosas no iban por ahí: el “Culiacanazo”; el cuestionable saludo a la mamá de El Chapo; las recientes amenazas a un agente de EU en Michoacán por el tema del aguacate; los feminicidios; el asesinato de periodistas, entre muchas cosas que han pasado estos años.
Los problemas de inseguridad no se pueden resolver sólo con el voluntarismo presidencial. Los escenarios bajo los cuales estamos son de enorme complejidad en donde los retos nos colocan en medio de condiciones cada vez más adversas, a lo que hay que agregar que el país, en esta materia y muchas otras, es muy distinto de lo que vivíamos y éramos hace 10 años.
Los problemas que tenemos en seguridad no se pueden atacar con lo que se intentó hacer desde el 2006. Muchas cosas son diferentes, porque se agudizaron problemas tan brutales como la pobreza, la economía, la educación y la salud.
Tiene razón el Presidente en su sistemática crítica al pasado, pero también tiene que asumir, en muchos casos lo que no ha hecho, las responsabilidades que tiene desde hace más de tres años; encabeza la lista la inseguridad.
Pedirle a las madres de familia que cuiden a sus hijos y que no les permitan ser parte de la delincuencia es algo que hoy ya no trasciende. Son las familias las primeras que protegen a los hijos cuando son acusados de delinquir.
Estamos desde hace tiempo en un proceso social profundamente complicado de rompimientos en que se ha afectado de manera significativa el tejido social, el cual se ha ido deteriorando.
Como en muchas otras cosas en el país, no está claro hacia dónde vamos. No hay indicios de que se pueda dar un golpe de timón en el tema de inseguridad. Se han estado repitiendo fórmulas que han demostrado tener una escasa efectividad.
Con las Fuerzas Armadas el Presidente se ha metido en un laberinto. Seguramente encontró al paso del tiempo que no había manera de regresar a las Fuerzas Armadas a los cuarteles. Su promesa de campaña en este sentido duró poco o nada, si antes se planteaba críticamente el hecho de que el Ejército estuviera en las calles, empezando por el propio tabasqueño, hoy los soldados están auténticamente hasta en la cocina.
Quizá le esté siendo útil al Presidente la estrategia, porque así evita burocracias e incluso transparencia, pero estamos ante coyunturas que no están resolviendo problemas de fondo porque las Fuerzas Armadas no están haciendo lo que por ley deben hacer.
Los soldados están en todos lados, lo cual no termina por resolver los problemas de seguridad, aunque sí le permita al Presidente utilizar a las Fuerzas Armadas para lo que necesita. La Guardia Nacional está integrada por un alto número de militares, lo cual no necesariamente nos va a resolver el problema a mediano plazo, ya habrá que ver cuál es el desenlace en el 2024 en que se supone que el Ejército debiera regresar a los cuarteles.
La inseguridad es un laberinto del que no se ve cómo podamos salir.
RESQUICIOS
El Presidente de Rusia está soltando las manos. Ayer dio los primeros pasos al reconocer a minorías en Ucrania. La diplomacia fracasó, lo que puede venir es una conflagración de consecuencias insospechadas; en algún sentido el mundo ya está en vilo.