Quebradero

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La violencia

Por Javier Solórzano Zinser

La violencia está tan metida entre nosotros que ya es parte de nuestra cotidianidad, y como van las cosas, existe evidencia que no ayuda la estrategia oficial. Estamos ante uno de los grandes problemas que ha roto los tejidos sociales, nuestras relaciones personales y nuestra dinámica cotidiana.

No hay forma de resolver el problema de la inseguridad en el aquí y ahora, visualizarlo a futuro es una alternativa para establecer políticas que no sólo incluyan a los responsables de la seguridad, se debe incluir estratégicamente a los ciudadanos.

Se trata de crear una nueva cultura cívica y relaciones cotidianas diferentes. Sin perder de vista el sentido que tiene de fondo el “abrazos no balazos”, es evidente que queda a deber, porque la forma de vida en que estamos no permite salidas colaterales o coyunturales.

Se requiere de la fuerza del Estado para hacerle ver a la delincuencia organizada, en lo particular, que el gobierno no va a permitir que actúe a sus anchas, a pesar de que se hable de que “se matan entre ellos”, al final todo ello es parte de lo que nos forma como nación.

La recurrente crítica al saludo que dio el Presidente a la mamá de El Chapo Guzmán tiene que ver con lo que se aprecia como un acto deferente, a lo que se suma que el Presidente se ha negado a recibir a organizaciones sociales que le han pedido de innumerables maneras que los reciba; el caso de los niños con cáncer es a estas alturas escandaloso.

La violencia está tan enraizada que no se ve cómo pueda resolverse. Al paso de los años hemos “aprendido” a vivir en medio del miedo sintiéndonos totalmente desprotegidos por las autoridades y al final por el Estado.

La urgencia mayor está en cambiar nuestras condiciones de vida, pero por ahora por más que el discurso oficial se empeñe en hacernos ver los “cambios”, la vida cotidiana cambia poco o nada. Una de las vertientes más delicadas está en que pensamos a la violencia como parte de nuestra vida diaria.

La hemos asumido y cada vez somos más conscientes de que no se han establecido políticas precisas que permitan cambiar el estado de las cosas, más allá de lo coyuntural o del discurso político.

No se trata sólo de este gobierno, se trata de cómo a lo largo de décadas la violencia se fue metiendo entre nosotros sin que las autoridades tuvieran la mínima capacidad para enfrentarla.

Cuando el gobernador de Zacatecas habla de “herencia maldita” pierde de vista a quienes han gobernado el estado, pero sobre todo queda la impresión de que es una manera de evadir su responsabilidad, la cual ya tiene.

El discurso del pasado, en éste y otros temas, está dejando de tener vigencia. El Presidente lleva más de tres años en el poder y muchas cosas que pasan y se viven son ya de su responsabilidad, el tiempo sigue corriendo en su contra y más si no se cambia el estado de las cosas.

No sólo pensemos en la delincuencia organizada, veamos la violencia soterrada, cotidiana, intrafamiliar, en contra de las mujeres y los niños en medio de la falta de oportunidades para restablecer el tejido social.

La violencia nos ha llevado a cambiar nuestras vidas y rutinas, a vivir entre sustos y preocupaciones, y a estar expuestos en nuestros propios espacios.

El tema no pasa por variables como optimismo o pesimismo, está en los brutales terrenos de la terca realidad, la cual en muchas de sus áreas sigue intocada. Lo vivido estos días confirma el laberinto en que estamos metidos, es un brutal riesgo normalizarlo.

RESQUICIOS

El obligado El Cultural de La Razón del pasado sábado incluye un ensayo para no perderse de Raúl Trejo Delarbre, “La Nueva Intolerancia”. Destacamos un breve párrafo: “Tolerancia dentro del pluralismo es el reconocimiento de los otros y de sus diferencias con nosotros, sin imponer discurso. Pero ese respeto no implica abstenerse de analizar, cuestionar e incluso rechazar las opiniones de otros”.