El grito, más allá de lo homofóbico
Por Javier Solórzano Zinser
A los aficionados se les ha hecho saber por todos los medios las consecuencias que trae el “eeee… pu…”.
Se les ha pedido de innumerables maneras que no lo hagan. Se les ha llamado la atención en los estadios; se les ha exhortado a través de campañas, lo que incluye la petición de sus jugadores; se han interrumpido los partidos; se han tenido que jugar eliminatorias mundialistas con estadios vacíos y ni así hacen acuse de recibo.
Lo que termina haciendo más lamentable el asunto es que en ocasiones el grito lo repiten los niños sin tener la más remota idea de lo que están haciendo, es más los padres se los festejan.
Se les ha propuesto de manera alternativa y poco afortunada el “Grita México” y ya se vio que no entienden y no quieren entender.
Llevamos años con lo mismo y nos hemos “dado el lujo” de exportar el grito. No solamente porque otras aficiones lo han hecho propio en sus estadios, sino porque fuera del país se ha lanzado el grito; fue patético escucharlo en el Mundial de Rusia queriendo hacerlo parte de la fiesta en la tribuna.
El grito adquiere su fuerza en el anonimato en medio de un cuestionable sentido del relajo en la tribuna y como elemento utilizado para fustigar a los rivales como un acto de enojo por la forma que el equipo local juega. No necesariamente el sentido que le da el aficionado refiere a la homofobia, pero, como fuere, está muy claro el origen e interpretación que tiene el uso de la palabra “puuuu…”.
El miércoles se enfrentó de nuevo el problema. Los aficionados del Cruz Azul al ver que su equipo no lograba al menos empatar contra el León empezaron a gritar cada vez que despejaba el portero leonés. En varias ocasiones el partido fue suspendido sin que los aficionados cambiaran su actitud, al final quedó la impresión de que si el juego hubiera durado más de los 11 minutos de compensación al árbitro no le hubiera quedado de otra que suspenderlo.
Los jugadores del Cruz Azul desesperadamente le pidieron a su afición que no gritaran; sin embargo, poco o nada les importó por más que se les conminó a no hacerlo.
El anonimato de la tribuna permite hacerlo, quizá como parte, insistimos, del relajo o de una cuestionable diversión y también del enojo porque su equipo no podía empatar.
Lo paradójico es que la memoria de los aficionados pasó a segundo plano en menos de 90 minutos. Hace pocos días La Máquina venció al América con autoridad en medio de la euforia de la tribuna, Cruz Azul era el local. En aquel juego no aparecieron indicios de que los aficionados lanzaran el lamentable grito.
Erradicar esta expresión ha resultado mucho más complejo de lo que parecía. La FIFA nos trae en la mira con justificada razón. Se le ha exigido a los de futbol de pantalón largo que busquen cómo erradicar el grito. Por más que se han hecho esfuerzos, algunos de ellos limitados, no han podido, porque el grito en el estadio ha ido adquiriendo diferentes interpretaciones entre los aficionados, las cuales quizás estén fuera del radar de lo que significa en sí el grito homofóbico.
Como fuere, el “eeeeehhhhh pu…” no pierde el sentido original que tiene, porque la palabra de origen tiene un significado homofóbico, no es casual que estemos tratando de desaparecerlo de nuestro lenguaje cotidiano, dentro y fuera del estadio.
No hay de otra que cambiar de sede a la selección, no hay de otra que tomar drásticas medidas para quienes lo hagan no sólo por los castigos de la FIFA y los riesgos de perder la sede del Mundial del 2026, sino por erradicar una narrativa que tanto daño nos ha hecho.
Los estadios no dejan de ser extensión de nuestras vidas.
RESQUICIOS
Fin de semana deportivo interesante. Canelo Álvarez trae bronca con un boxeador con quien en plena conferencia de prensa se dio un tirito. Checo Pérez nos trae atrapados con la Fórmula Uno. Dos muy destacados y capaces deportistas, mundialmente conocidos, que han dicho que se la rifan por los suyos, o sea por nosotros.