Se salieron con la suya (y nos agarraron de pendejos)

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Por Jaime Fisher

La protesta universitaria contra la prórroga rectoral terminó como terminan las farsas mal montadas: con telón caído, olor a humo barato y los actores principales huyendo entre las cortinas. Durante algunas semanas, la autodenominada Red UV por la Legalidad -esa cofradía convocada por tres exrectores y tres aspirantes con prisa- logró hacernos creer que había, todavía, un resquicio para salvar a la Universidad Veracruzana de sus captores. Qué ilusos. Confundimos ruido con fuerza moral y aspaviento con dignidad. Enredada por esos tres exrectores, esos tres aspirantes abiertos a la silla universitaria, y uno que otro aspirante enclosetado, la Red llegó a encender, por un momento, la esperanza -tan necesaria como frágil- de que la Universidad fuera rescatada de las manos que la tienen secuestrada; mientras el gobierno mira para otro lado, cómodo en su anómica complicidad.

La pregunta hoy no es por qué fracasó la protesta. La verdadera pregunta es a quién le convenía que fracasara. Porque esto no se derrumbó por desgaste -o no sólo por desgaste-, sino por sabotaje desde dentro. Un día -un día tan nimio como calculado- los líderes desaparecieron. Se esfumaron y se fueron mucho. Guardaron un silencio tan perfecto que sólo pudo provenir de un acuerdo: un pacto, un guiño, una llamada nocturna, una cita que nunca conoceremos.

Cuando en mala hora pregunté por ellos en el chat -ese efímero foro que llegó a reunir a más de mil esperanzados-, varios participantes fanatizados me saltaron encima como perros guardianes, mientras los aludidos se escondían en su caverna digital, donde ni vieron, ni oyeron, ni leyeron, ni respondieron. No sólo callaron: se encubrieron. Eso hicieron. Me cae.

Algunos cuantos propusimos escalar el nivel de la protesta, reorganizar, suplir el liderazgo traidor y tomar la rectoría. La respuesta fue una mezcla entre orden de silencio y linchamiento simbólico. No hizo falta un general: bastó un susurro. La desmovilización fue quirúrgica. Una obra maestra de la traición.

Poco antes de ser expulsado con honores del chat, escribí que los líderes nos habían vendido -como Judas- por treinta monedas; y que quizá algún día aparecerían ahorcados de un árbol en Los Berros, o, por lo menos, del puente de Xalitic. No ha ocurrido, y al cielo elevo cada noche mis oraciones porque jamás ocurra. Pero política y moralmente ya están allí: colgados, no de una soga, sino de su propia traición. En realidad, nunca estuvieron con la protesta. Ese fue siempre nuestro error: creer que compartían la causa cuando, en realidad, venían a negociar -bucaneros con colmillo- su porción del botín.

Hace un par de años le escribí al espurio haciendo constar uno de sus actos de sumisión: haber otorgado un “reconocimiento” a un exgobernador e inventor cuyo nombre no escribiré. Pensé que aquel acto sería insuperable en indignidad. Me equivoqué. Hoy, tres exrectores y -por lo menos- tres suspirantes están a su lado formando parte del mobiliario del oprobio.

Judas, después de traicionar, al menos se arrepintió. Estos que aquí aludo no sólo no se arrepentirán, sino que todavía siguen celebrando junto a ese mismo falsario al que pretendían derrocar (¿no sería todo un mero “quítate tú pa ponerme yo”?) ¿Era la suya una lucha por la legalidad? No. Era una audición, un casting. Querían demostrarle al ilegítimo que, como él, también sabían arrodillarse, lamer botas, arrastrarse, tragar sapos, agacharse ante el poder y, sobre todo, ante el presupuesto; en una palabra: que también sabían culiempinarse.

Pero ¿y qué pasó con los universitarios que creímos en ellos, en la autenticidad de sus reclamos y en su liderazgo? Nada, simplemente agarraron de pendejos a quienes acudimos a su infame convocatoria.

Se salieron, pues, con la suya. Que allá se lo hayan y con su pan se lo coman.

Por mi parte no soy rencoroso, pero tengo buena memoria.

¡Ah!, y del consejo universitario general -esa supuesta “máxima autoridad universitaria”-, mejor ya ni hablar.