Por Carlos Tercero
Las generaciones no son simples etiquetas demográficas; son marcos de experiencia compartida que toman forma de las sensibilidades sociales, de la vida pública y de la manera colectiva en que entendemos el país. Luis González y González, en su obra “La ronda de las generaciones”, explica que cada grupo etario produce lo que él denomina minorías rectoras, núcleos de personas con liderazgo, capacidad de influencia y talento organizativo que orientan el rumbo cultural, social y político de su tiempo. Su planteamiento es claro, la historia avanza porque dentro de cada generación emerge una minoría que se encumbra, marca la pauta y redefine lo que la sociedad considera posible. En México, esta sucesión –una generación que toma, cuestiona y transforma lo heredado– adquiere rasgos particulares por las rupturas políticas, la diversidad regional y las desigualdades que atraviesan la vida cotidiana. En esa lógica, Baby Boomers, Generación X, Millennials, Generación Z y la naciente Generación Alfa comparten momentos históricos, pero sobre todo códigos culturales y prácticas sociales que moldean su manera de participar y exigir en el espacio público.
Los Baby Boomers y la Generación X se formaron en tiempos de ampliación del Estado y de consolidación institucional, contextos en los que surgieron minorías rectoras que ocuparon espacios de dirección política, mediación burocrática y liderazgo cultural. Los Millennials, ya inmersos en la era digital, crecieron con la movilidad educativa, la precariedad laboral y una cultura del esfuerzo que mezcla aspiraciones de emprendimiento con escepticismo hacia las estructuras tradicionales; sus liderazgos suelen aparecer en ámbitos académicos, tecnológicos y del activismo social. La Generación Z vive otra historia. Su socialización política ocurre simultáneamente en las calles y en las plataformas digitales, donde exigen respuestas inmediatas.
Estas diferencias no son superficiales, se reflejan en la manera en que cada generación evalúa a las instituciones y define aquello que considera justo o intolerable. Las reacciones frente a una reforma, una crisis económica o un hecho disruptivo de alto impacto no son homogéneas: algunos apuestan por rutas institucionales, otros por cambios de fondo y un sector recurre a formas de protesta, sobre todo cuando las mediaciones tradicionales dejan de ofrecer respuestas, con lo que surgen nuevas expresiones de participación que mezclan lo presencial con lo digital. Cada generación, siguiendo la lógica de González y González, produce a su minoría dirigente y desplaza a la anterior cuando sus respuestas dejan de ser suficientes.
En este contexto, el pasado 15 de noviembre apareció una movilización que se presentó como “Generación Z”. Jóvenes de diversas ciudades salieron a las calles impulsados por un clima de indignación acumulada y por la sensación de que la violencia y la impunidad han rebasado las explicaciones de siempre. Más que un bloque generacional, fue un colectivo en el que confluyeron estudiantes, activistas y ciudadanos que encontraron en las redes un punto de encuentro y en la calle un espacio para hacerse escuchar, con símbolos compartidos y el ánimo de sincronizar esfuerzos para dar forma a una protesta que hoy caracteriza a buena parte de quienes integran esa misma generación. A esta expresión se sumó lo que se ha llamado el “Movimiento del Sombrero”, corriente simbólica que se expandió abruptamente tras el lamentable deceso de su fundador en Uruapan y que se adoptó de manera espontánea como punto de identidad. Ambas expresiones se reforzaron mutuamente y revelaron algo más profundo: la inconformidad juvenil no es dispersa ni anecdótica, sino una energía social que encuentra causas comunes y se organiza con rapidez cuando la ocasión lo exige.
Comprender estas dinámicas implica abandonar la idea de que existe una sola manera de participar políticamente. La movilización “Generación Z” buscó combinar la potencia de lo digital con la presencia territorial como lenguaje político y forma de diálogo, y aunque está muy lejos de consolidarse como una minoría rectora capaz de redefinir el sentido de lo colectivo y trazar la ruta del país que viene, sí expresa un malestar generacional que sería imprudente ignorar, aun considerando la estridencia ilegítima de oportunistas y detractores.
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