Rúbrica

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Desbordado por su negligencia

Por Aurelio Contreras Moreno

El agua que cayó de manera torrencial la semana pasada no solo anegó calles, colonias y pueblos enteros del norte de Veracruz. También inundó —hasta el cuello— al gobierno de Rocío Nahle.

Bastaron unos días de lluvias intensas para exhibir la realidad: una administración improvisada, sin previsión, sin coordinación y con un aparato estatal que, en el momento de mayor necesidad, simplemente no operó.

Los testimonios de los damnificados en Poza Rica, Ilamatlán, Álamo y otros municipios lo confirman. Pasaron por lo menos tres días completos sin ver a una sola autoridad estatal. Algunos siguen sin ver alguna. Días en los que la gente sobrevivió con lo que pudo, mientras los cauces se desbordaban y las viviendas quedaban bajo el agua. En tanto, el gobierno de Veracruz publicaba mensajes en redes sociales sobre “acciones de auxilio” de la gobernadora y sus funcionarios que nadie en la zona percibía.

La realidad los alcanzó cuando la presidenta Claudia Sheinbaum llegó al estado este domingo –también, con un retraso de varios días- y fue recibida con gritos y reclamos: “¡Ya son tres días y no aparecen!”. La escena, captada en video y difundida en todo el país, derrumbó de golpe el esfuerzo de propaganda que desde palacio de gobierno pretendía construir una imagen de control y atención. No había tal. Lo que hay es un gobierno desbordado, superado por su propia negligencia.

Y es que no se trató de un fenómeno natural imprevisible. Las lluvias estaban anunciadas desde varios días antes por los servicios meteorológicos nacionales y locales. Las alertas se emitieron oportunamente. Incluso, el gobierno estatal determinó suspender clases en toda la entidad antes del pico de las lluvias. Pero creyeron que con eso bastaba, como si el agua fuera a evaporarse sola. No hubo evacuaciones preventivas, no se activaron planes de emergencia locales, no se garantizó infraestructura mínima ni se dispuso de refugios suficientes. La prevención, palabra que en la administración pública puede ser sinónimo de salvar vidas, fue sustituida por la arrogancia y la improvisación.

La respuesta oficial fue tardía, desorganizada y, sobre todo, insensible. Mientras la población buscaba entre el lodo sus pertenencias y lloraba a sus muertos, Rocío Nahle y su equipo preferían minimizar el fenómeno (el río Cazones se desbordó “ligeramente”, declaró el jueves), enviar comunicados triunfalistas y exaltar la figura de la mandataria –vía sus muchos textoservidores en medios de comunicación y redes- “atendiendo” a una población muy bien escogida y controlada, en calles que no mostraban la verdadera devastación. Además, como si fuese un acto de heroísmo y le hiciera un favor a los veracruzanos, cuando es su obligación, pues para eso buscó ser gobernadora.

La desesperación, frustración y rabia de la población de Poza Rica entonces no es de extrañar. Es un legítimo reclamo de quienes se sintieron abandonados por su propio gobierno, más preocupado por aparentar para la foto. Y eso que a esa ciudad petrolera sí se presentaron las autoridades. Porque otros municipios, como Ilamatlán o El Higo, “menos importantes”, fueron dejados al garete y si no es por las denuncias en video que lograron publicar y viralizar en redes, ni los hubiesen volteado a ver.

Cuando el Estado no previene, llega tarde y la gente paga con la pérdida de su patrimonio, con hambre y, lamentablemente, con vidas. Hasta el momento de escribir estas líneas, el saldo oficial es de 18 personas fallecidas. Pero hay denuncias de que en Poza Rica habría muerto, o por lo menos desaparecido, hasta más de un centenar de estudiantes, la mayoría de la Universidad Veracruzana, lo que de confirmarse, volvería dantesca esta tragedia que ya enluta inevitablemente a Veracruz. “Esta tragedia pudo evitarse”, sentenciaron consejeros alumnos de la UV en esa zona.

Las inundaciones del norte del estado –solo comparables en magnitud a las de hace 26 años en esa misma región– no solo son consecuencia del cambio climático provocado por el ser humano, sino de un abandono institucional acumulado. A lo que hay que sumar que no hay con qué afrontar las pérdidas ni apoyar adecuadamente a los damnificados, pues el gobierno de la dizque “cuarta transformación” desapareció el sexenio pasado el Fondo de Desastres Naturales que permitía dar respuesta inmediata a la destrucción provocada por fenómenos meteorológicos, y se embolsó por completo esos recursos.

Por si no fuera suficiente, al cierre de la redacción de esta columna, el río Pánuco comenzaba a desbordarse también.

 

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