Por Fernando Vázquez Rigada
La capital de la República se hunde en la ingobernabilidad.
Ciudad sin ley ni autoridad.
Pero cuidado; cuando la autoridad rehúsa a instaurar el orden, alguien más lo hará.
El pasado 2 de octubre —un día que no es fecha: es cicatriz— un grupo de vándalos suscitó un ataque a la policía, a comercios, a transeúntes. El grupo de violentos no es nuevo. Es conocido y cada año, desde antes de Ayotzinapa, aparece bajo las siglas “Bloque Negro”.
Pero ahora el saldo fue intolerable: 123 heridos. De ellos, 94 policías.
¡¡94!!
¿Detenidos? 1.
Los oficiales tenían órdenes de NO responder al ataque ejecutado con cadenas, martillos, piedras. Fueron superados en número: algo inconcebible. Se sabe que ante este tipo de grupos la fuerza pública debe ser tres veces superior. Debe tener entrenamiento, y equipamiento para disuadir o, bien, tener una respuesta controlada y gradual pero implacable para restaurar el orden.
Pero no. Mandaron a un puñado de policías indefensos a arriesgar su vida y les ordenaron asumir la impotencia de sufrir la agresión y tolerarla.
Al lado de esta orden cobarde, está el mensaje que ya permea: en la Ciudad de México se puede agredir a la autoridad sin tener consecuencias.
Ciudad sin ley.
La UNAM hierve por un asesinato en un CCH.
Desaparecen y desmiembran luego colombianos. Asesinan a un estilista en Polanco.
En plaza Santa Fe una mujer agrede a un guardia. Se hace viral.
Hace unos días, una energúmena patea a un policía y le insulta.
Y el hecho se repite una y otra vez.
El resultado es la creciente violencia: desapariciones, asesinatos, asaltos en vía pública en una ciudad despedazada por la lluvia y por la ingobernabilidad.
La señal de ineptitud más grotesca es la impunidad que priva en el asesinato de los dos más cercanos colaboradores de la ¿jefa? de gobierno.
En ningún país se permite que se agreda y se falte al respeto a las fuerzas del orden porque eso implica una invitación explícita a la descomposición pública y la anarquía.
El gobierno federal, con la notable excepción de Omar García Harfuch, guardó silencio ominoso.
Pero en política, los silencios también declaran.
Clara Brugada llegó bajo la bandera de la utopía. Pero esa palabra, en su origen griego, implica un lugar que no existe. Tomás Moro escribió su obra memorable del mismo nombre donde describe la sociedad ideal cuyo trasfondo es claro: es inalcanzable.
¿Querían hacer de la capital una utopía?
Ahí la tienen.
@fvazquezrig