Año uno
Por Javier Solórzano Zinser
A pesar del cúmulo de complicaciones, el año uno de la Presidenta tiene un balance positivo. No ha sido fácil lidiar con el presidente de EU. Tenemos al elefante en la sala, ante lo cual no hay lógica alguna de movimiento lo que lleva a inventar soluciones para tratar de atemperar sus ocurrencias y sus proyectos.
Junto con los temas de seguridad y tratar de lidiar con la pesada herencia del pasado reciente, la Presidenta ha ido entre contradicciones, tumbos y con nuevos proyectos enfrentando los asuntos.
Su popularidad le da capacidad de maniobra, pero sigue sin tener pleno control, porque en buena medida la formación del Congreso se estableció a través de condiciones distintas de las que ella, eventualmente, hubiera querido. De ahí la importancia que va a adquirir de elección del 2027.
Es ella quien podrá mover sus piezas de tal manera que acerque a los suyos y en el camino aleje a los que no tienen que ver con ella, a pesar de que pertenezcan a su partido.
En el espacio en que más se asemeja esta administración con la anterior es con las mañaneras. No ha habido cambios y por momentos prevalece la intransigencia y las observaciones en asuntos que no se tienen del todo resueltos y que están en curso. Muchas preguntas siguen siendo a modo con el objetivo de crear una especie de periodismo paralelo al instituido.
La fórmula, a querer o no, sigue siendo útil, porque en la mañanera se concentra la narrativa que se desarrolla a lo largo del día y que se convierte en la información y la agenda. Sin embargo, la mañanera sigue siendo un medio de ofensiva y contraofensiva del Gobierno, con todo lo que conlleva.
En el año uno, Claudia Sheinbaum le ha dado un giro a la estrategia de seguridad. No es necesario explicitar la estrategia, los hechos marcan las cosas y por más que lo nieguen ha quedado en la historia el muy confuso proyecto de abrazos no balazos.
Muchas cosas buenas han pasado en este sentido. Algunas por un convencimiento de cambio y otras por las presiones de Donald Trump. El presidente ha sido el fiel de la balanza en lo que corresponde a las estrategias de seguridad. No se puede entender de otra manera el envío de más de 50 narcotraficantes, junto con las acciones sobre el huachicol y el huachicol fiscal.
En este tema es donde han aparecido los problemas mayores. No se puede soslayar la presencia de personajes de esta administración y la anterior como parte de todo un lío. En muchos casos son actores centrales, a pesar de que los defiendan, protejan o se diga que no hay investigación abierta contra ninguno de ellos, excepción de que se haga referencia que va que vuela para ser chivo expiatorio, Hernán Bermúdez Requena.
Este asunto debiera ser prioritario para fortalecer la conclusión del año uno. Por más indicios que se han manifestado sobre personajes de alto nivel presuntamente involucrados en la corrupción que brinca del huachicol, siguen pateando el bote.
No es cierto que haya desaparecido el huachicol como pregona de manera estridente la presidenta de Morena. Por más pañuelos blancos que haya sacado López Obrador, el tema no se resolvió. La tragedia de Tlahuelilpan acabó por ser una especie de metáfora del sexenio.
El año uno ha establecido un diálogo desde Palacio Nacional con la oposición vía Gobernación. Es una estrategia distinta a la de los últimos años.
Sin embargo, en el Congreso siguen en el voy derecho y no me quito. No hay indicios de que vaya a ser diferente. Traemos problemas serios en salud, es incierta la economía y viene la evaluación del proyecto educativo. Todo ello tiene la ventaja de la popularidad de la Presidenta, lo que presumimos da margen de maniobra.
Es un año uno positivo que no puede dejar de contemplar, a pesar de la mayoría, que el país está confrontado.
RESQUICIOS.
Ojalá el espíritu de debate que se dio en la parte final de la discusión sobre la reforma al amparo, alcance a la reforma electoral, más allá de la imposición del criterio de la aritmética.