Tóxicos criticones

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Por Darío Fritz

Ojo por ojo, diente por diente. La expresión no la hizo literal, pero asomó en cada amenaza expuesta durante la campaña presidencial. Solo él podría explicar de dónde le viene, si por arrebato en la niñez, una chica que le hizo un desplante siendo adolescente, la frustración en algún negocio inmobiliario o por lo que no pudo hacer en su primera presidencia –quizá una mezcla de todas y otras más para sentirse fortalecido. A tal punto lo creían capaz de hacer del ojo por ojo una política futura de Estado sus derrotados demócratas, que el gobierno saliente de Joe Biden dispuso medidas legales y decretos para que alguna de su gente no fuera tocada por él y sus creencias bíblicas. Ojo por ojo, diente por diente, la advertencia se cumple desde enero. En el terreno de la economía, la seguridad, el pasado personal o las ideas. Ojo por ojo con los migrantes que llegan a matar estadounidenses. A perseguirlos y expulsarlos por criminales. Diente por diente con los países que le han robado empleos. Aranceles que derrumben recursos aliados. Ojo por ojo con quienes se atrevieron a investigarlo. Diente por diente con quienes lo hayan criticado. A festejar con regocijo y burla por los caídos.

El espacio de los críticos tiene un lugar especial para Donald Trump. No se aceptan. Le obligó a negociar el pago de 16 millones de dólares a la cadena CBS, porque había sido supuestamente favorable a la excandidata Kamala Harris y se le permitía criticarlo a él. También con las palabras ha sido exuberante en su escasa empatía con quienes observan lo que es. “Buenas noticias: han cancelado el programa de Jimmy Kimmel, que ha tenido problemas de audiencia”, escribió este miércoles en su red social Truth. “Felicitaciones a ABC [cadena televisiva que lo despidió]: por finalmente tener el coraje de hacer lo que se debía hacer”. Trump traía entre ceja y ceja a Kimmel –un popular conductor de televisión moderado con las críticas. En julio pasado cuando otro destacado crítico, Stephen Colbert, fue eyectado de ABC, supuestamente por motivos económicos, dejó ver su inquina: “Me gusta muchísimo que lo despidan. Su talento era aún menor que sus ratings. Creo que el siguiente es Jimmy Kimmel. ¡Es aún menos talentoso que Colbert! Greg Gutfeld [Fox News] es mejor que los tres juntos”, dejando ver que solo le interesan las voces cercanas.

Colbert, Kimmel, Gutfeld eran competidores de los late–night talk shows, históricos espacios de alta audiencia de la televisión donde se recurre a la comedia para satirizar a los políticos. Allí aún sobreviven Jimmy Fallon (un “imbécil”, según él) y Seth Meyers, sobre los que también ha puesto el ojo: “dos completos perdedores” para quiénes pidió que la cadena NBC los despida. “Se irán”, escribió en su red social. “Es muy bueno verlos irse, y espero haber tenido un papel importante en ello”.

Trump puede querer sacarse de encima a estos como a otros, incluso países, con despiadado matonismo, que incluye tanto su verborragia como la presión de sus empleados. La vigencia de la reputada libertad de expresión americana, de la que gustan alardear otros con razón, lo tiene sin cuidado. Puede enviar a un funcionario, para el cual Kimmel debe irse “por las buenas o por las malas” después de hacer una referencia crítica al asesinato del líder juvenil trumpista Charlie Kirk. Puede decirle a un periodista “tal vez deberíamos perseguirte a ti, que siempre estás diciendo cosas tan malas sobre mí”. O puede instrumentar la amenaza legal con demandas como la resuelta con CBS o la reciente contra The New York Times por difamación por 15,000 millones de dólares.

Sabemos de estas estrategias gubernamentales en América Latina, de la persecución del crítico, el recurso de la demanda legal que el periodista no puede afrontar o la extorsión sobre los propietarios de los medios. En Rusia, Turquía o Irán es descarada. En Europa hay unos extraños ensayos en cada manifestación propalestina censurada y reprimida por fuerzas policiales. Si acaso otros lo hicieron en Estados Unidos –y fueron pocos–, corrían por la vía de sutilezas, nunca sobre este desembozado interés de hacerlo evidente. Nuevo y disruptor.

La pócima tóxica de la deliberación, la crítica, la soberanía popular de pretender meter las narices donde otros, unos pocos y elegidos,  deciden y ordenan, ya no va en democracia, parecen decirnos.