Quebradero

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El discurso y lo que debiera venir

 

Por Javier Solórzano Zinser

No le ha de haber sido nada fácil al almirante Raymundo Pedro Morales, titular de Marina, haber hecho y leído su discurso del 16 de septiembre.

No es solamente algo como un mea culpa o algo parecido, es también lo que significa para la Marina y como deja a la institución de alguna manera inevitablemente expuesta; no había de otra.

Los acontecimientos se precipitaron y ya no podían dejarse correr. Las evidencias están a la vista. La FGR actuó como en otras ocasiones, le da por lo reactivo más que por lo activo.

Los daños internos junto con los problemas de imagen en la secretaría debieron ser controlados con anterioridad. Si bien algunas cosas ya no había manera de frenarlas porque de alguna manera, las llamadas “irregularidades” ya habían rebasado a la dependencia, había elementos para actuar, o al menos atemperar, lo que desde hace dos años al menos se venía presentando. Nadie en los altos mandos de Marina puede decirse sorprendido.

El Gobierno trató de justificarse asegurando que ya se habían presentado denuncias, pero lo cierto es que no pasó absolutamente nada hasta que las cosas llegaron al límite.

El trabajo periodístico fue fundamental en el tema. Por más que se trató de desacreditarlo por parte de López Obrador, los hechos poco a poco fueron mostrando que al interior de la Marina había una cloaca de corrupción en la cual estaban altos mandos de la institución.

El discurso del almirante es alentador y tiene dosis de inédito. No es una práctica común que en el Gobierno y en la 4T se dé la autocrítica, más bien pareciera que el país vive en un terreno en donde todo está bien como si la terca realidad no nos acompañara a menudo y nos diera sacudidas que nos obligan a ver las cosas en su justa dimensión y no a través de una narrativa que es en ocasiones conveniente y por momentos complaciente.

La importancia del discurso radica en que se asume una responsabilidad de lo que ha sucedido en la Secretaría de Marina. Como dijo el almirante, no había manera de pasar las cosas a segundo plano. Pero también un hecho de enorme relevancia es lo que puede venir a partir de ahora. Si realmente existe la voluntad política de ir hasta las últimas consecuencias, el primer paso dado es igual de importante que el segundo.

No tiene mucho sentido entrar en los terrenos del “caiga quien caiga” o del “iremos hasta las últimas consecuencias” si no se ha tomado la decisión de hacerlo. En esto no se vale una narrativa que no cumpla con una acción que cada vez es más evidente que fue algo más que “irregularidades”.

Estamos ante una trama de corrupción desde los altos mandos de una dependencia fundamental en el país, y todo ello, seguramente de la mano de altas esferas políticas, porque no había manera de que se actuara únicamente en función de la dinámica interna de altos oficiales de Marina.

Lo que queda claro es que ya no había cómo esconder la corrupción. Más allá de la denuncia periodística, lo importante es que el Gobierno tomó una decisión al hacerlo público. Si algo empieza distinguir a la Presidenta, es que con actos como éste va a perfilando su forma de gobernar, pero también, a querer o no, empieza a tomar distancia de las formas de su antecesor.

El tema del huachicol si a alguien al final le vino a explotar en las manos fue a Claudia Sheinbaum. Por ello es tan importante su reacción. No dejó pasar las cosas y actuó. Es una decisión política y es una delimitación de responsabilidades.

Habrá que ver lo que sucede con la intempestiva extradición de Hernán Bermúdez Requena, se había dicho que el proceso tardaría al menos 60 días; el líder de La Barredora y el huachicol son viejos conocidos.

RESQUICIOS.

Por momentos se dio como un hecho la presunta solicitud de amparo de los hijos del expresidente. Hacia la tarde, el abogado que presuntamente lo había solicitado y Andrés López Beltrán lo negaron categóricamente. En medio de filtraciones informativas por momentos, el asunto parecía que tenía razón de ser. No fue así.