Por Raúl Arias Lovillo
En la entrega pasada abrimos la reflexión sobre la posibilidad de tener otra UV en estos momentos en los que existe fuertes evidencias de un claro retroceso histórico de la institución. Para decirlo claramente, del evidente fracaso de la actual administración universitaria encabezada por el rector Martín Aguilar Sánchez.
Diseñar e impulsar un nuevo proyecto académico no es un asunto sencillo. Se requiere un enorme esfuerzo de gestión, de diálogo con los académicos y de convencimiento de un futuro exitoso compartido con toda la comunidad universitaria. El Modelo Educativo Integral y Flexible (MEIF) de la UV fue diseñado e impulsado por académicos nuestros, con muchas horas de trabajo y creatividad de todos.
Por supuesto, siempre es más fácil no hacer nada y dejar que el tiempo pase, como es el caso de la actual administración universitaria. Pero el éxito o fracaso se refleja, tarde o temprano, en los resultados. Los primeros tres rectores de la autonomía tomamos el camino más difícil, el de realizar una reforma académica que fue referente nacional en su momento, en gran parte por la experiencia y conocimiento del Dr. Víctor Arredondo. Los resultados académicos positivos ya los sintetizamos en el artículo pasado, algunos de ellos verdaderamente impactantes.
Fue la capacidad de gestión lo que nos permitió cambiar la imagen de nuestra universidad, eso sí con un legado histórico que heredamos y del cual siempre nos sentimos orgullosos. La reforma académica permitió transitar de una universidad de docencia a una universidad con capacidades competitivas en investigación y posgrado. Fue esa capacidad de gestión lo que además permitió cambiar la infraestructura institucional (las USBI, la Sala de Conciertos Tlaqná, la fundación de nuevas entidades académicas y universitarias, la creación de nuevos programas de licenciatura y posgrado, etc.
En el deterioro institucional que vive la UV en estos días habría que anotar, de manera destacada, la crisis de la vinculación de la universidad con la sociedad. Hace apenas algunos años atrás la UV, también de manera sobresaliente, impulsó varios proyectos que mostraban la relevancia de nuestro compromiso social. Sin ser exhaustivo citaré algunos casos que ejemplifican claramente la importancia que otorgábamos a la vinculación con la sociedad.
En primer lugar, la vinculación comunitaria con zonas de pobreza y marginación de Veracruz a través de las “Casas UV”, donde brigadas multidisciplinarias de estudiantes proporcionan servicios de salud de atención primaria, análisis clínicos y servicios dentales, así como también impulsan proyectos productivos y asesoría para diversificación productiva; en sus centros digitales de aprendizaje se realizan programas de capacitación, niños y jóvenes se conectan con el mundo a través de internet. Este programa fue reconocido durante siete años de manera consecutiva por el gobierno mexicano como el mejor programa de servicio social universitario; incluso en el 2012 la Red Talloires de Universidades otorgó el premio MacJannet, uno de los premios internacionales más prestigiados que se entregan a las universidades por su compromiso social.
Otro de los proyectos más importantes de vinculación que ha impulsado nuestra universidad se realiza a favor del sector de pequeñas y medianas empresas del país. Con el modelo norteamericano Small Business Development Centers (SBDC) y con el liderazgo de la UV, se impulsaron centros de desarrollo de la pequeña empresa a través de ofrecer capacitación, asesoría y transferencia de tecnología desde las universidades. Su éxito fue reconocido por la sexagésima Legislatura Federal como el mejor programa nacional de vinculación universidad-empresa.
Hay que recordar otro programa exitoso de vinculación, el de “Diversificación Productiva”, que se realiza con ejidatarios productores de café y que requerían cambiar su producción de café de mediana calidad, por el de productos más rentables como los de maderas preciosas, pimienta gorda y hojas de guayabo (valioso insumo para laboratorios farmacéuticos). No hay espacio para describir el programa, pero la ONU terminó reconociéndolo como uno de los proyectos más importantes a nivel internacional para luchar contra la pobreza.
Estos programas de vinculación universitaria están plenamente documentados, su financiamiento fue con recursos internacionales, recursos de los gobiernos federal, estatal y municipales. La UV participaba con la experiencia de sus académicos, con el compromiso de sus estudiantes y con el acervo de conocimientos institucionales.
Finalmente quiero comentar el caso de Cosustenta UV, que cumple quince años de existencia. Se trata de un programa diseñado e impulsado por académicos y estudiantes de nuestra universidad. Su nombre original “La sustentabilidad de y desde la Universidad” se constituyó en referente orientador de la visión de la UV, en cuanto a cómo hacer partícipe de la política y acciones institucionales de sustentabilidad en las universidades y en sus entornos sociales. Con enorme orgullo este programa fue firmado por las cincuenta instituciones de educación superior más importantes de América Latina.
Reitero que hoy sí es posible soñar con otra UV. Una universidad con un liderazgo que integre los esfuerzos y el talento de mujeres y hombres de la institución para proyectar su futuro exitoso. Desafortunadamente esto no puede hacerlo Martín Aguilar y su grupo de asesores que, bien a bien, ignoran qué hacer en una universidad del siglo XXI.