El gato: misticismo y arte

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

Hay criaturas que atraviesan la historia sin decir palabra, sin obedecer órdenes, sin domesticarse del todo, son libres de espíritu, solo el arte los captura y ellos, que recibieron de Buda el regalo de ser eternos tienen una belleza enigmática, estos seres son los gatos.

Fueron venerados por los egipcios y la evidencia se encuentra en jeroglíficos, custodiaban templos y sueños, acogedores, gentiles, su naturaleza dual permitía condenas y ahuyentaba espíritus malignos. El gato ha sido símbolo de lo oculto, lo sagrado y también lo maldito. Incluso en la sombra, el gato ha resistido el juicio humano para volver a casa, escala tejados y ronronea su independencia con un lenguaje que no necesita traducción.

Los escritores han capturado su esencia esquiva. Borges lo describía con una mezcla de respeto y enigma, Baudelaire lo veneraba y Poe le temía. No es furtiva el alba cuando en la ficción literaria aparecen los gatos que caminan parsimoniosos sobre una cuerda floja, los gatos callejeros que prefieren comer del basurero antes que ceder su libertad, aquellos que observan silenciosos la decadencia o la ternura.

El gato, más allá de su silueta doméstica, es metáfora de aquel que se resiste a ser poseído. Es el reflejo de lo que no controlamos. En ocasiones es el único testigo de nuestros insomnios y nuestras derrotas.

Montaigne decía que no sabía si él jugaba con su gata o ella jugaba con él. Los felinos entrenan, dirigen, enseñan a jugar.

Hay poesía en la imagen del gato, en los grabados japoneses hay belleza que respeta su naturaleza, plasman su esencia, vestidos con delicados kimonos, nunca deberían ser humanizados.

La pintura los ha vuelto eternos. En el retrato de Julie (sobrina de Eduard Manet) pintado por Pierre Auguste Renoir, un gato posa paciente, se percibe como el pequeño mimado guarda un protagonismo al permanecer en el regazo de la niña.

En “Olimpia” de Manet, un pequeño gato velado permanece, a la orilla del diván, sus grandes ojos amarillos miran con estupor a los observadores del cuadro, como si hubiera sido cómplice de la descarada sensualidad de la modelo.

La pintora española, naturalizada mexicana, Remedios Varo, simbolizó lo místico, manteniendo el detalle de sus ojos en la mirada de su gato que podrá ser un canal para acercarse a los espíritus.

Finamente, la mirada de los gatos fue temida durante siglos, en particular, cargó con el peso de la superstición occidental, ya que se asoció con la brujería, con la noche, con la herejía, sin embargo, hay culturas, religiones, creencias y arte que ha capturado su belleza y nos permite admirar el increíble don de la libertad felina.