Por Darío Fritz
Puestos a barajar actitudes, el conformismo campea con gloria. Alguien se estaciona a la espera de que otro automovilista deje su lugar, pero cuando ya tiene el espacio para moverse viene un tercero de atrás, se ubica orondo y sin trauma, feliz de su cometido. No hay queja, a buscar otro lugar. Llega un nuevo vecino al edificio y deja su bicicleta donde pasa todo mundo. El tímido reclamo recibe como respuesta la violencia verbal de quien cree que el espacio público es para usurparlo. La búsqueda de consenso vecinal no tiene apoyo. Más fácil esquivar la bicicleta. Los empleados reciben la notificación de su jefe sobre un bono que aplicará por producción, pero cuando les depositan su salario quienes tienen menos tiempo en la empresa son excluidos. Nadie se anima a hacer saber su enojo. El conformismo campea con gloria. La mugre se acumula en el borde entre acera y calle, cortan al ras un árbol frondoso para dejar ingresar los camiones al obrador del edificio que se levantará sobre la casa derribada, roban la computadora de un auto y las llantas de otros en una misma cuadra, a una mujer la despojan de dinero y tarjetas en el centro comercial, y no hay autoridad que resuelva algo. El conformismo campea con gloria a pesar de las demoras insultantes del transporte público, los baches que estallan llantas, las inundaciones persistentes en cada temporada de lluvia en las mismas calles y cruces de avenidas, o del reclamo guardado por años de víctimas de malas praxis médica o de violación y tortura en el cateo a una propiedad.
El conformismo campea con gloria en la memoria cotidiana y se extiende sobre vidas ajenas que vemos pasar por la televisión y los videos en el celular como si fuera un mero entretenimiento. Los criminales ostentan armas y queman vehículos en las calles de una ciudad sin consecuencias, unos hombres que combaten a esos criminales han sido abandonados al azar sin protección y lo pagan con sus vidas, miles de personas son sometidas a la hambruna y la muerte lenta por gobernantes y soldados que han ocupado sus tierras, otro gobernante quiere ordenar el mundo de acuerdo a sus intereses personales y desbarata la economía de decenas de países para hacer ultrarricos a unos pocos de los suyos.
Puestos a ver tanta mirada esquiva no hay afán por cargar culpas ni hacer ver un dedo flamígero, ni a esperar a que los tibios los vomite el Espíritu Santo, sino hallar en qué lugar nos ubicamos en este momento de la historia. Así como miramos en retrospectiva el lugar que ocuparon otros en el pasado y lo que hicieron, ocurrirá con nosotros en el futuro: ¿Acaso se comprometieron con algo? preguntarán las generaciones que nos sucedan.
Si hay mujeres que marcan el camino para hacer ver las atrocidades de la criminalidad organizada, desde quienes buscan a sus hijos a quienes denuncian extorsiones. De voces que ponen en evidencia el genocidio de un Estado, desde fotografiar a niños famélicos en Gaza a denunciar a las empresas enriquecidas por la guerra. De quienes no se dejan intimidar por el matonismo de los aranceles trumpianos, desde los que plantan cara en las negociaciones a quienes remarcan su fascismo en las calles. Si ellos lo hacen, por qué entonces no dejar una huella los demás, así sea con palabras, aunque cada grano de arena aportado parezca poco. Que hable de la gloria del inconformismo y la negativa a abandonarnos a la derrota.