Por Jesús J. Castañeda Nevárez
Se nos extinguió la capacidad de asombro, lo que sigue ya son cosas extremas ante la renuncia al pensamiento crítico, al análisis y al uso mínimo de la lógica; el adversario lo consiguió, logró domar el carácter, el instinto de sobrevivencia y el espíritu de lucha de los mexicanos.
Históricamente, a pesar de las circunstancias adversas, la sangre guerrera nos hizo sobrevivir a la conquista y a la colonización (1519); el grito de Dolores (1810) unió a criollos, indígenas y mestizos bajo un solo estandarte; luchamos por ideologías simples que sólo buscaban lo esencial de “tierra y libertad” (1910); nuestra juventud enfrentó al Estado en defensa de sus ideales (1968) y en tiempos más recientes, nuestros pueblos asumieron el roll de autodefensas ante el vacío gubernamental. Siempre luchando y nunca doblegados.
La polaridad cultural que define muchas de nuestras conductas, entre el ser “chingón” o “valemadrista”, que coincide con reírse de la muerte y de todo lo que sucede, con adaptaciones del lenguaje (albur) que hacen que el ingenio del mexicano sea reconocido.
Como también lo ha sido el espíritu resiliente, que hace que todas las crisis, por difíciles que sean, las hayamos superado, por la solidez de las familias como amortiguadores de las adversidades, que también convertimos en canciones como catarsis, construyendo sobre las ruinas para un futuro mejor. Ese es el mexicano, ¿o lo era?
Porque de pronto el hartazgo nos unió en la idea de un cambio para mejorar, pero esa oportunidad rápidamente transformó las promesas en mentiras y sembró la semilla del odio y la división que devastó al núcleo de la sociedad que es la familia, enfrentó a padres e hijos, esposos, familiares y amigos; la semilla ideológica penetró en el cerebro de tantos, con efectos más destructivos que el fentanilo, transformando a las personas en autómatas dóciles y obedientes.
Hoy veneramos a “la tómbola” porque de ella salen las decisiones que transforman nuestro país; las políticas públicas en materia de educación, salud, economía y seguridad, están subordinadas a la ideología. Y el pueblo bueno aplaude.
Los procesos electorales son ya una simulación pintada de un solo color y los electores adoctrinados o comprados con los programas sociales, extienden la mano izquierda para recibir la dádiva y la derecha para sujetar el marcador para tachar la boleta en donde le indiquen los de la casaca, para completar el círculo y cerrar la celda de la nueva esclavitud para los mexicanos.
Hay un siglo de distancia entre la Independencia y la Revolución y otro siglo para el inicio de la destrucción del país. Eventos que costaron la sangre de nuestros ancestros. La próxima independencia tal vez no aguante un siglo, pero sí podría ser pagada con la sangre de nuestros nietos, porque hoy sus abuelos con “acordeón” en la mano, están listos para votar la llegada de la dictadura. Porka Miseria.