La Agenda de las Mujeres

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La delgada línea

Por Mónica Mendoza Madrigal

La línea que separa hechos recurrentes que hasta podrían parecer comunes y delitos graves es tan delgada, que romperla ocurre en tan solo un abrir y cerrar de ojos.

Esta lógica aplica prácticamente para todo aquello que sucede en el plano de lo cotidiano y que altera en forma desafortunada el buen curso de las cosas. Pasarse un semáforo en alto, hacerle una travesura a la persona molesta del salón de clases o desacreditar el dicho de alguien aún “sin querer” puede, en un pestañeo, cobrar vidas o alterarlas en forma irreversible.

Se dice que una forma de identificar tempranamente a los violentadores es observando la interrelación que en su infancia sostuvieron con los animales y me atrevería a decir que hasta con las plantas, lo cual no es para nada exagerado, porque una persona que no tiene aprecio por la vida de una especie, no la tiene por una persona y pronto aprende que violentarles es divertido y no tiene consecuencias.

Pero –como decía– aplica para todo: una persona corrupta será una persona propensa a ser violenta, porque si no respeta las normas, explora el estirar esa liga en todos los terrenos de su vida diaria.

Por eso es tan grave que normalicemos algunas conductas que, aunque sean frecuentes, no deben ser permitidas, ni se trata de asuntos menores de la vida privada que no trascienden hacia otros ámbitos de esa persona.

A continuación hablaré en masculino sobre una forma de violencia que es más común de lo que quisiéramos, no porque no haya mujeres que también incurren en esta práctica, sino porque la tendencia es que es una conducta mayoritariamente cometida por hombres.

Me refiero a la violencia vicaria en su muy amplio espectro, es decir, la que es ejercida por sujetos que para lastimar a sus parejas o ex parejas, utilizan a sus hijos e hijas de muy diferentes maneras, hasta en la que incurren los deudores de pensión alimenticia, responsabilidad mínima que se espera cumpla quien contribuyó en forma activa a engendrar a ese ser.

Un hombre que se niega a cubrir los gastos de manutención de su menor (y que recurre a infinidad de estrategias para “pagar” la menor cantidad de dinero posible) simple y sencillamente no es un sujeto de confianza ni en lo laboral, ni en lo político y ni siquiera en lo social. Es un evasor de responsabilidades y eso de ningún modo es menor en la escala de conductas inadecuadas que se cometen.

Pero que en el afán de evitar cumplir con sus responsabilidades económicas para el sostenimiento económico de sus menores, ese sujeto incurra en violencias físicas o feminicidas hacia las madres, es un paso que tristemente se observa que es más frecuente de lo que razonablemente podamos comprender.

En los últimos meses han salido a la luz pública casos en el país en donde el presunto agresor de mujeres es su ex pareja, que reaccionan de forma violenta contra ellas como respuesta a la denuncia que les interpusieron o por la exigencia de que cumplan con su responsabilidad económica.

Más que traer los nombres de ellas a este espacio –lo que no hago para evitar continuar con su revictimización– me planteo una pregunta: ¿cómo es posible que las autoridades sigan sin considerar la gravedad que implica la violencia vicaria?

Le he preguntado a algunas personas juzgadoras al respecto de este tema y la respuesta ha sido similar en todos los casos: porque son violencias diferentes, porque la vicaria se enfoca en una forma de violencia familiar y ése es claramente el error, porque entonces se considera que sus repercusiones son limitadas o que solo implican a quienes voluntariamente conformaron un vínculo y procrearon y sigue sin entenderse que la violencia genera una descomposición social y jamás es aislada, pues deviene en otras formas de violencia hasta –como he dicho– llegar al punto donde no hay retorno.

No dimensionar adecuadamente la gravedad de estas conductas sigue conduciendo a omisiones que solo han hecho que la bola de nieve crezca hasta salirse por completo de control y, perdón por mi alarmismo, pero la cantidad de casos de mujeres violentadas y asesinadas es tal, que ha dejado hasta de ser noticia y ha venido a convertirse ya en cosa de todos los días.

Por ello hago un respetuoso pero potente llamado a todas las instancias para que no minimicen los casos de violencia vicaria de los que tengan conocimiento. Y claro, elevo la exigencia al Congreso veracruzano para que legisle en la materia, porque es inaudito que aquí ni siquiera sea delito.