Vivo por ella

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

En la prehistoria aparece la música como parte de los rituales de caza o de guerra y en algunas festividades alrededor del fuego, en ese tiempo los pobladores danzaban hasta el agotamiento.

A lo largo de la historia, la música se ha mantenido intrínsecamente ligada a la cultura de cada sociedad, Inicialmente, con la imitación de sonidos naturales y posteriormente, se fue incluyendo en rituales hasta mantenerse en los eventos contemporáneos. La música ha evolucionado junto con la humanidad.

Esta expresión del arte constituye un lenguaje universal que, trasciende las barreras culturales, sociales y lingüísticas.

La música alegra los días y nos acompaña en la mitad de la noche, en medio de la oscuridad cuando llega un dulce sonido, es la tenue dulzura de las melodías que nos hacen sentir que no estamos solos, la música acompaña al triste abandonado y a la feliz pareja en sus encuentros románticos, arrulla al pequeño antes de quedar profundamente dormido en los brazos de la madre, la música también serena como un solemne pésame cuando escuchamos las notas de un réquiem.

La música es alegría y cadencia, herencia africana que se baila en las islas del Caribe, es identidad y exaltación cuando suena el guitarrón de un mariachi, es éxtasis al escuchar las sinfonías vienesas o alemanas, es el fondo de un sentido drama que enmarca hermosas voces en la ópera. La música es consuelo cuando se sufre y compañera en la vida cuando se ama.

Es por ello que la UNESCO estableció el Día Internacional del Músico en 1997 con la intención de darle honra a la influencia duradera de la música. Esta fecha coincide con la conmemoración de Santa Cecilia, quien se identifica como la Santa de los músicos, que viven por ella, por la música.

La celebración sigue siendo vigente en un mundo cada vez más impersonal, más conectado digitalmente, pues la música se transforma en una herramienta poderosa para fomentar la socialización, la creatividad, la colaboración y la inclusión.

En esta era digital, la forma en que consumimos y creamos música ha cambiado drásticamente. Sin embargo, su esencia permanece porque su capacidad de conmover y conectar continua, aunque los músicos actuales enfrentan nuevos desafíos en mundo competitivo y global.

Por último, es de gran valor celebrar a la música como aquella verdad trascendente que va más allá del lenguaje y que parece abonar a un árido mundo que cada día pierde la nobleza que regala el arte y que corresponde al enriquecimiento del espíritu.