Sor Juana y los libros
Por Leticia Perlasca Núñez
Juana Ramírez de Asbaje nació el 12 de noviembre de 1651 (o de 1648) en San Miguel Nepantla en una hacienda ubicada al pie de los volcanes, fue criolla, se dice, de ascendencia vasca.
En un texto autobiográfico, la poeta cuenta que su amor por las letras se dio –y así lo dice– “desde que me rayó la primera luz de la razón”, y que a la edad de tres años, siguiendo a su hermana, tomó lecciones y aprendió a leer.
La figura de Sor Juana Inés de la Cruz ha sido reivindicada como un símbolo de las luchas sociales de las mujeres por su incesante ánimo crítico frente a las instituciones que la oprimieron como artista, monja y mujer. Por esta razón, se estableció en 1980, cada 12 de noviembre en México el Día Nacional del Libro en honor a Juana de Asbaje y al legado de la lucha de sus derechos.
Sor Juana defendió al mundo indígena, a los pobres y el derecho a la información y a la educación de las mujeres. Por ejemplo, en uno de sus poemas más conocidos, “Hombres necios que acusáis…” Señala la hipocresía y las contradicciones de los hombres en sus relaciones con las mujeres.
Escribió obras de teatro, como Los empeños de una casa (1683) y Amor es más laberinto (1689); autos sacramentales como El divino Narciso (1689) y abundante poesía. Preparó villancicos para las catedrales de México, Puebla y Oaxaca. En 1680, con la llegada a Nueva España de Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de la Laguna, Sor Juana redactó el arco triunfal que preparó la catedral de México para recibir al gobernante. En el Neptuno alegórico aludía a las virtudes del gobernante, relacionándolo con el dios Neptuno, idealizando en esta figura “el ideal político de un príncipe católico: sabio, prudente, poderoso y justiciero”/12.
El Día Nacional del Libro tenía que apegarse a la fecha de nacimiento de Juana de Asbaje, por ello la fecha promueve y fomenta el derecho de acceso a la información, a la cultura y al arte de la población mexicana.
Sor Juana dedicó sus últimos años a las labores adjuntas a la vida monástica; no obstante, nunca renegó de su obra. Posteriormente, en 1695, Sor Juana murió en la Ciudad de México al contagiarse de tifus.
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