Por Lyneth Santiago
La neblina cubría la ciudad de Xalapa desde el amanecer, como si el cielo se vistiera de luto en estos días de noviembre. El aire helado y las hojas de los árboles cayendo traían consigo una profunda melancolía, una sensación de que ellos ya estaban cruzando.
En la ciudad de las flores, la humedad y el viento traen consigo el aroma de las flores de cempasúchil que inundan las calles, al igual que el aroma del pan, tamales y chocolate. Aquí, el Día de Muertos no es solo una tradición: es un ritual de reencuentro con quienes ya no están, una cita pactada cada año con los ausentes, donde el dolor de la partida se vuelve llevadero por unas horas.
Los días anteriores, las familias se preparan comprando las flores típicas de esta temporada, al igual que preparan las comidas favoritas de sus muertitos: empanadas, tacos, tamales, mole, enchiladas, pollo en pipián, entre otros platillos que suelen estar en los altares.
Los altares, elaborados con esmero y amor, cuentan historias que solo los familiares conocen bien. Fotografías antiguas de rostros que aún conservan una mirada viva, decoran los altares junto a platillos típicos que en vida fueron los favoritos de los difuntos. Pan de muerto, tamales, mole, café y atole son algunos de los elementos que adornan las mesas y se ofrecen a las almas, en una señal de que no han sido olvidados. Aquí, el recuerdo de los muertos se materializa en olores y sabores que, aunque humildes, llevan el peso de un amor que se niega a desvanecerse. Y no hay que olvidar el clásico papel picado y de colores que adorna el altar para darle un toque más vívido.
Como cada año entre mediados de octubre y principios de noviembre, Xalapa se llena de colores cálidos, naranja, café, amarillos ligeramente opacos… además de reavivar la cultura en todos los programas, exposiciones y festivales que ocupan cada centro dedicado al ámbito artístico y cultural. Obras de teatro, exposiciones de arte basadas en la tradición del día de muertos, la puesta de altares, calaveritas y catrinas gigantes.
Ésta es una de las épocas más ocupadas en Xalapa, puesto que sus centros culturales se llenan de actividades para niños, jóvenes y adultos, llegando a ser una de las temporadas más esperadas. No hay un día en que la tradición descanse, pues se trata de honrar esta festividad en todo su esplendor, sin dejar pasar un día en que no recordemos a nuestros familiares u amigos ausentes.
Toda esta tradición tiene mucho de especial. Quizás es la manera en que las familias se encuentran en una misma tumba, se sientan y, por unas horas, comparten historias de sus seres queridos, contando cómo se la pasaban cuando ellos aún tenían vida. O tal vez es la melancolía y nostalgia que recubre la ciudad, como si hasta el ambiente participara para respetar el luto. La gente pone el camino con pétalos de cempasúchil, como si llamaran a las almas para que regresen a casa.
Ramiro Gómez, un vendedor de flores ambulantes nos cuenta por qué es importante para él estar recorriendo las calles para vender su cempasúchil.
“Llevo desde los 14 años saliendo a las calles a vender flores, pues desde esa edad yo ya iba con mi papá a recorrer Xalapa o los lugares cercanos para acabar con nuestra venta, y hasta el día de hoy continúo haciéndolo para honrar su memoria. Vaya, a él le encantaba hacerles plática a sus compradores, explicándoles a cada uno por qué debería comprar tal flor y demás.
“Desde pequeño, más que emocionarme por vender rosas, tulipanes o margaritas, me encantaba ir a vender las flores de cempasúchil y hasta el día de hoy sigue siendo así. Siento que vender flores de cempasúchil es algo mágico, porque es como crear un vínculo con el más allá para que nuestros muertitos crucen con seguridad y teniendo en cuenta que acá mucha gente les espera con emoción.”
Ramiro cuenta que hubo muchas ocasiones en que pensó en dejar de vender flores, pero que fue por la memoria de su padre que continuó en esta labor, porque mantener campos de flores, especialmente los brotes de cempasúchil, no es fácil.
“A mis hijos les gusta ir conmigo a cortar las flores de cempasúchil cuando llega la temporada de Día de Muertos, lo hacen con mucha emoción y cortan las mejores para colocarlas en donde se encuentra la casita en memoria de mi papá, o sea de su abuelo, y ellos mismos se encargan de hacerle sus ramitos para decorar (…) si algo me gusta es poder ver la emoción, el cariño y la esperanza con que la gente compra sus flores de cempasúchil, porque ahí no les importa cuánto gasten, mientras las flores sean bonitas.”
En los panteones, los niños, ajenos todavía a la melancolía que embarga a los adultos, corretean entre las tumbas, jugando con las flores. Los ancianos, en cambio, observan en silencio, quizá recordando que dentro de poco serán ellos quienes ocupen un lugar en los altares. Para ellos, la nostalgia no es solo un recuerdo, sino una certeza: el tiempo avanza, pero en cada rincón de Xalapa durante las noches de octubre y noviembre, los muertos, la vida y la muerte caminan de la mano, en una tregua silenciosa y respetuosa.
En Xalapa, el Día de Muertos nunca pasa desapercibido, pues esta época se vive como un acto de amor, un intento de rescatar del olvido a quienes partieron, y un recordatorio de que, mientras alguien los recuerde, seguirán vivos, aunque solo sea por una noche.