Un tranvía llamado dominio: una crónica de abuso

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«Si no me pasas más fotos desnudas, entonces voy a pasar las que ya tengo.» Fue la frase que, durante meses, dejó a Mónica vulnerable, dominada y bajo advertencia, en una tormentosa relación, sin saber que estaba siendo manipulada.

Por Luis Emilio Soto Fernández

El personaje de Marlon Brando en la mítica cinta y novela, Un Tranvía Llamado Deseo de Elia Kazan y Tenessee Williams, fue el arquetipo de un tipo rudo, problemático y agresivo que durante años le brindó al actor la etiqueta de símbolo sexual, sin embargo, los tiempos han cambiado y esa visión del hombre chantajista y violento cada vez cabe menos en la sociedad y cultura.

Me reuní con Mónica Spinoso, una joven actriz emergente que curiosamente llegó a interpretar a Blanche DuBois en una obra de teatro local, siendo ella el personaje protagónico de la pieza artística referenciada, que justamente ha experimentado en carne propia diversas situaciones que la han orillado a concebir al feminismo como una opción viable en contra de la violencia sexual y de género.

Nos encontrábamos en una cafetería que compartía espacio con una heladería, era una noche fría y brumosa, el sonido del murmullo de las personas y los congeladores invadían la habitación, Mónica le daba un sorbo a su té frío a pesar del clima adverso, mientras sonríe con una postura rígida e incapaz de hacer contacto visual por mucho tiempo. A pesar del movimiento en el sitio, la tranquilidad del entorno propició una conversación que se desarrolló tocando fibras profundas bajo el cuestionamiento: ¿Qué te motivó a adentrarte en el mundo del feminismo?

Desde sus primeras palabras, Mónica revela un proceso de toma de conciencia sobre la desigualdad de género que comenzó en su adolescencia:

«Es como en la pubertad, ya te empiezas a desarrollar, te empiezan a ver distinto, te empiezan a sexualizar, y te empiezas a dar cuenta de que el trato que tienen hacia ti es diferente de lo que tienen hacia tus compañeros. Entonces, fue como ir escalando poco a poco, fue como irme dando cuenta de esta brecha tan grande».

Para Mónica, esta etapa representó el despertar a las realidades invisibles del trato desigual que reciben mujeres y hombres, una realidad que la llevó a adentrarse en el espectro feminista, un tipo de inseguridad, incomodidad o señalamiento surgió en mi interior, tragué saliva y solo pude mencionar lo siguiente:

  • Ahorita tocaste un tema importante, que es que se sexualiza de gran manera la mujer. Sin embargo, ¿no crees que esa sexualización no es exclusiva de las mujeres, sino que hay una hipersexualización al nivel global, a nivel general?

Ella lo tomó bien y con los brazos abiertos, su rigidez corporal se detuvo por un momento y comentó enfáticamente:

“No, claro, o sea, todos podemos sufrir acoso, hipersexualización, violaciones, o sea, yo creo que esto no se trata como de una lucha de hombres contra mujeres, ¿no? Pero sí es muchísimo más marcado y no es tan recurrente.”

El relato toma un giro hacia el acoso callejero, menciona que es un tema recurrente en su experiencia como mujer. Con voz firme, describe una escena familiar para muchas mujeres:

«Vas en el transporte o en la calle y sientes la mirada… una mirada muy pesada. No te están viendo como persona, te están sexualizando, viendo como a un objeto». Esta realidad cotidiana, relatada con tanta naturalidad por Mónica, es una posible muestra del peso constante que muchas mujeres cargan en su día a día.

La conversación avanza hacia uno de los momentos más duros de su vida, cuando revela una relación abusiva que vivió durante su adolescencia unos 5 años atrás aproximadamente con Leonardo N que también tenía una afinidad con las artes escénicas al igual que ella y con quien tuvo que compartir espacio en la facultad, aunque ya hubieran terminado tiempo atrás.

Spinoso lo cuenta como una historia de manipulación emocional y abuso sexual, envuelta en la confusión de una joven que no reconocía la violencia en la que estaba inmersa, a pesar de que Leonardo tenía 18 años en ese momento mientras ella contaba con alrededor de 16, nunca pudo percibir el problema.

«Me di cuenta de que lo que yo había vivido era una relación en la que yo estaba en una posición vulnerable… pero lo tenía tan normalizado que no lo veía», comenta, mostrando cómo el abuso puede disfrazarse de amor, especialmente cuando las mujeres jóvenes son condicionadas a aceptar comportamientos tóxicos.

Mónica narra cómo su expareja, siendo mayor que ella, utilizaba tácticas de manipulación para ejercer control, desde el aislamiento social hasta el chantaje emocional y sexual, señalando que después de leer testimonios de otras mujeres, fue que se dio cuenta de que lo que había vivido fue una relación en la que estaba en una posición vulnerable porque ella era menor de edad y esta persona se encontraba en otra etapa de vida.

Aunque la relación terminó, Mónica no logró procesar completamente lo que había vivido hasta meses después, su voz tiembla ligeramente al recordar la decisión de exponer públicamente a su agresor. «Lo que me motivó fue que quiero que todo el mundo sepa lo que me hizo», afirma con una convicción que refleja su deseo de advertir a otras mujeres y romper el ciclo de silencio que suele rodear estos casos.

«Si no me pasas más fotos desnudas, entonces voy a pasar las que ya tengo», fue una de las amenazas que enfrentó, incluso bajo la promesa de mostrárselas a sus padres, esto habla de un claro ejemplo de cómo el abuso sexual no se limita a la violación física, sino que incluye el control coercitivo sobre la sexualidad de la víctima.

Cuando la historia salió a la luz, Mónica recibió apoyo de algunos compañeros de facultad, pero también se dio cuenta de algo doloroso: muchas personas sabían lo que su expareja había hecho, pero simplemente no les importaba. «Siento que es muchísimo más feo saber que es verdad algo y aun así digas, bueno, pues no importa», reflexiona, evidenciando la indiferencia de algunos ante las agresiones de género.

Una de las primeras cosas que reconoció y señala como una clara alerta es cómo él la había aislado poco a poco de su círculo cercano. Al principio, sin darle demasiada importancia, pero con el tiempo se dio cuenta de que cada vez que pasaba tiempo con sus amigos, él lo veía como una traición.

Sus amigos comenzaban a notar las señales de una relación tóxica, y eso claramente habla de una planificación, la estrategia fue clara para Mónica: alejarla de ellos para debilitar su red de apoyo y asegurarse de que nadie pudiera interferir o hacerla cuestionar lo que estaba ocurriendo.

Ella también reflexionó sobre cómo, en su primera relación seria, el amor que sentía la cegó, a pesar de las señales de advertencia, su ilusión y enamoramiento la mantenían anclada a él. Cada vez que algo no iba de acuerdo con sus expectativas, la amenazaba con terminar la relación. Y lo hacía, rompía con ella, pero al poco tiempo la buscaba de nuevo, prometiendo que las cosas serían diferentes. Era un ciclo interminable de rupturas y reconciliaciones, en el que él usaba estas amenazas como una forma de control emocional, jugando con sus emociones y su dependencia afectiva.

El chantaje emocional no se detenía ahí. Ella también recordó cómo él recurría al slut-shaming, utilizando su sexualidad para humillarla y hacerla sentir culpable por cualquier cosa que no encajara en sus expectativas.

El slut-shaming se percibe como el acto de criticar o humillar a una persona, especialmente a una mujer, por su conducta sexual percibida como promiscua o contraria a las normas tradicionales, según Jessica Valenti, refuerza el control sobre la sexualidad femenina y castiga a quienes ejercen autonomía sexual.

No sabía cómo describirlo exactamente en español, pero entendía que esas tácticas eran parte de un patrón más amplio de abuso emocional. Cada uno de estos comportamientos fue una pieza más que, al analizarla, la llevó a comprender que no había sido una relación de amor saludable, sino una dinámica de poder destructiva y dañina.

En la conversación, la entrevistada relata cómo su ex pareja utilizaba el recurso de manipulación para obtener lo que quería. Uno de los momentos más difíciles que vivió fue cuando él le exigía fotos íntimas, y si ella se negaba, la hacía sentir culpable al compararla con su relación anterior. «Es que a tu ex sí le pasaste y a mí no», le decía, haciendo que ella dudara de sí misma y de su amor hacia él.

Además, menciona cómo la dinámica se repetía cuando no quería tener relaciones. Si se negaba, su pareja cambiaba drásticamente su actitud, volviéndose distante y grosero. Estas reacciones la llevaban, eventualmente, a ceder solo «para que te contentes»-mencionó, con un intento de evitar el conflicto, el daño y mantener la paz, aunque fuera a costa de su propio bienestar.

“Eso es una manipulación, porque tú empiezas para que esa persona te trate bien otra vez, accedes y dices, bueno, le voy a dar lo que quiere. Pero no estás accediendo porque quieras hacerlo, estás reaccionando a una condición que te está poniendo.”

Cuando se le pregunta si considera que su experiencia fue abuso sexual, Mónica responde con firmeza, afirmando que sí, lo es. Reflexiona sobre cómo muchas veces se reduce el concepto de abuso sexual únicamente a violaciones, ignorando la diversidad de formas que puede adoptar. Menciona el chantaje sexual como un aspecto complicado que a menudo se subestima, para ella, esta minimización es lamentable y dolorosa.

Ella explica que, aunque no haya habido una violación física, su sexualidad y su identidad fueron vulneradas. Mónica enfatiza que el abuso también afecta la confianza que se tiene en la otra persona, especialmente si esa persona es una pareja. La forma en que el abuso erosiona la confianza y el amor que se podía sentir hacia el otro es, para ella, un aspecto crucial que no se puede pasar por alto.

Mónica subraya la urgencia de abrir el diálogo sobre temas sexuales en el ámbito familiar, señalando que “México es un país que tiene familias muy conservadoras.” Para ella, es crucial empezar a “normalizar el sexo”, ya que todos, sin excepción, han tenido experiencias sexuales. “Creo que tenemos que empezar a normalizar el sexo, porque todos cogemos, todos los que estamos en esta cafetería en este momento hemos cogido alguna vez, tú has cogido, yo he cogido, ¿Por qué se sigue viendo como un tabú? Al verlo como un tabú solo se contribuye a que haya desinformación.” -destacó.

Además, menciona que esta falta de conversación puede llevar a que “las mujeres, las niñas, las adolescentes no sepan que están viviendo relaciones abusivas,” lo que puede resultar en la creencia errónea de que su comportamiento está mal. “No está mal, es algo natural,” sostiene, enfatizando que la sexualidad es una necesidad física y emocional.

Mónica también desafía la noción de que hablar sobre sexo fomentará comportamientos irresponsables. Al contrario, afirma que “hablarlo podría ayudar a regular esos temas porque va a haber más información al alcance de todos.”

De esta manera, se crea un ambiente de confianza donde los jóvenes se sientan cómodos acercándose a los adultos para buscar información: “Me voy a sentir con la confianza de acercarme a un adulto y preguntarle oye, quiero información sobre esto.” En su visión, abrir el diálogo no solo empodera a las personas, sino que también fomenta una educación sexual más saludable y consciente.

El tema del perdón surge casi al final de la conversación. Mónica aclara que nunca perdonará a su agresor, pero admite que ha aprendido a perdonarse a sí misma. «Lo más difícil es perdonarse a una misma porque tú dejaste que te hicieran daño», dice, mostrando una faceta del proceso de sanación que muchas víctimas enfrentan: el duelo interno por haber sido vulnerables en una etapa de sus vidas.

Mónica reflexiona sobre la posibilidad de redención para los agresores, reconociendo que, aunque algunos podrían cambiar, “muchos de los agresores no quieren hacerlo.” Ella señala que el primer obstáculo es la dificultad de que un agresor admita su comportamiento, mencionando su experiencia con un individuo que, al ser expuesto en un tendedero de su facultad, se burló de la situación: “Hoy soy el rey de los funados” dijo, riéndose de su propia condena social.

Para Mónica, es casi imposible que alguien logre la redención si no tiene el deseo de hacerlo: “Es muy difícil redimirte si no quieres hacerlo, si te da igual.” Sin embargo, ella también cree que, en el caso de quienes realmente desean cambiar, la redención es posible. “Si realmente quieres hacerlo, creo que sí te puedes redimir,” afirma.

A pesar de esto, Mónica deja en claro que, para ella, la redención de un agresor no borraría el daño causado. “Para mí, si esa persona se redimiera, que no lo va a hacer, ya no tendría validez,” explica. La herida queda, y lo que se hizo, se hizo. La redención del agresor, en su opinión, no puede deshacer el dolor que ha dejado en su vida.

Finalmente, con una voz optimista, Spinoso aconseja que una persona, jamás debe separarse de su grupo de confianza y red de apoyo, mencionando: “si yo no me hubiera alejado de ellos, yo nunca hubiera permitido tanto.”