Por Fernando Vázquez Rigada
Octavio Paz nombró en 1979 al Estado pos revolucionario, creado por el PRI, como “Ogro Filantrópico”.
Se refería a la doble naturaleza del régimen. Generoso y generador de crecimiento, promotor de bienestar, creador de la clase media mexicana y envuelto en un lenguaje de justicia social, nacional y revolucionario.
Pero ese filántropo era también un ogro: un poder autoritario y represor. Se fundó tras el asesinato de opositores en Huitzilac y continuó su ruta con fraudes (contra Vasconcelos, Almazán, Salvador Nava); encarcelamientos (Valentín Campa y Demetrio Vallejo), censura (El Machete, Siempre!, Excélsior), asesinatos —Rubén Jaramillo, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas— y la gran represión de Tlatelolco.
En 1981 llegó el fin.
El Estado dejó de ser filántropo: estaba en bancarrota. Rompió con las clases universitarias, su creación y su mayor orgullo, tras la Plaza de las Tres Culturas; con el sector privado en la era del primer populismo y con las clases medias tras la devastación económica de las crisis recurrentes. En 1988 llegó el Consenso de Washington y se adoptó el modelo de desmantelar el Estado de bienestar que descobijó a los más necesitados. La pobreza se disparó a 70% en 1995.
El Estado dejó de ser ogro. Hubo episodios y abusos, pero nada parecido a la intensidad que se registró entre 1965, tras el ataque al Cuartel Madera, y 1977, cuando la reforma política cerró la guerra sucia.
¿Puede volver el ogro filantrópico?
Es una probabilidad real e inmediata.
La filantropía del Estado se ha envuelto en los ropajes de un relato épico que equipara al nuevo oficialismo con la independencia, la reforma y la revolución. Se ha volcado en apoyos directos a la población, pero lo ha hecho sin atreverse a realizar una reforma fiscal. Por ello, el déficit llegó ya este año a un techo alarmante, la deuda —que no considera los diversos pasivos que en realidad tiene el Estado, ya ronda el 53% del PIB y se espera una recesión el próximo año. Se perfila una disyuntiva compleja. La próxima presidenta tiene tres sopas. O hace una reforma fiscal, o mantiene el gasto hasta tronar las finanzas o recorta programas sociales.
El filántropo podría morir de muerte prematura.
Mucho más consternante es el regreso del ogro.
Sin contrapesos, arrodillado el poder legislativo, herido de muerte el judicial, en la fila de ejecución los organismos autónomos, fracturado el federalismo y con una oposición sin rumbo, la genuina alternativa a evitar excesos autoritarios es el autocontrol.
Malas noticias.
Hay una poderosa corriente interna dentro de Morena que pugna por la radicalización. Hay otra, afortunadamente, que empuja el consenso y el diálogo. Pero los instrumentos autoritarios están: no sólo el control del ejecutivo, sino de los otros poderes y, de facto, de 24 fiscalías en igual número de estados.
La otra vertiente de gran preocupación es la vinculación de un sector del actual gobierno con el crimen organizado: el ogro en su faceta más temible y, quizá, incontrolable.
El riesgo para el país no es solamente el regreso del ogro filantrópico, sino el barrunto de que perdamos al filántropo y nos quedemos rehenes del ogro.
@fvazquezrig