Quebradero

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¿La democracia para perder la democracia?

 

Por Javier Solórzano Zinser

López Obrador va a dejar la Presidencia con altos niveles de popularidad. La tendencia le ha sido altamente favorable y consistente. Los momentos en que estuvo a la baja nunca fueron menores al 50%, en sus mejores momentos alcanzó 75%, en las últimas encuestas no baja del 61% llegando a estar la semana pasada en 73%.

López Obrador ha sabido desde hace tiempo cómo colocarse en el centro del debate y la agenda. Buena parte de la sociedad lo ve con empatía y difícilmente se atreve a llevar a cabo un proceso de crítica a su Gobierno. Se la ha pasado en los terrenos en donde absolutamente todo se le perdona o justifica.

Buena parte de la sociedad lo ve como uno de los suyos. Su discurso no ha dejado de tener todo este tiempo en el centro a los más desprotegidos que es lo que a lo largo de décadas no hicieron los gobiernos panistas y priistas.

López Obrador ha definido en lo general la agenda-país en los últimos 18 años. Ha obligado a que los diferentes gobiernos que hemos tenido lo tengan como un referente. Por más que lo hayan criticado, denostado e incluso hayan querido meterlo a la cárcel se fue convirtiendo en un interlocutor con quien no dialogaban, pero al que invariablemente se referían.

Las mañaneras son su instrumento de Gobierno. Desde ellas se ha dedicado más a defenderse y a atacar que a hablar de las políticas de su Gobierno. Creó secciones en ellas, las cuales no necesariamente aportaron elementos informativos y de debate.

Una de ellas se convirtió en uno de sus instrumentos estratégicos para denunciar lo que llama “mentiras de los medios”. De lo que se trata es de evidenciar a quienes son críticos del Gobierno. El balance no necesariamente es favorable, porque en muchas ocasiones todo terminaba en lugares comunes, en análisis de lo que decían los medios que no necesariamente lo habían dicho, y también en tratar de poner ante la opinión pública una narrativa contra los medios al final de eso se trata.

Como hemos advertido, tiene que pasar el tiempo para poder evaluar lo que se ha hecho, lo que no se ha hecho y lo que se dice que se ha hecho. Por ahora tenemos una avalancha y una narrativa que impide la crítica y el análisis. No hay manera de que se abran espacios porque cualquier voz que resulte discordante es inmediatamente señalada a lo que se suma un argumento de peso, la sociedad mexicana decidió que se extendiera seis años más el proyecto de la llamada 4T.

La relación que ha construido el Presidente con buena parte de la población es estrecha, empática y está fortalecida ante cualquier embate de crítica que se le pueda hacer al Presidente y a su Gobierno

La popularidad de López Obrador se sustenta en ello. A sus políticas sociales se suma una narrativa que le ha dado muy buen resultado y que le ha servido para confrontar de manera directa a todos aquellos que coloca como adversarios políticos.

El final del sexenio, a pesar de todo esto, deja un buen número de pendientes. Algunos de ellos irán surgiendo en la medida en que pase el tiempo. El mundo de los “otros datos” como constante para cambiar o evadir los temas tarde que temprano tendrá que confrontarse.

La popularidad del Presidente es reflejo de cómo los gobernantes se van ubicando en el poder. Sabe de la importancia que tiene un discurso efectista, una mirada crítica y ruda hacia los poderosos, y un uso de la democracia para consolidarse en el poder.

Los cambios constitucionales están siendo uno de los ejes para la consolidación de los regímenes políticos. Nuestro país podría estar en ese rumbo. Estamos ante una gran paradoja porque podríamos estar en el uso de la democracia para perder la democracia.

RESQUICIOS.

Es parcialmente cierto que detrás de la reforma al Poder Judicial hay un apoyo popular. Sin embargo, el proyecto no se conocía y en buena parte del país no se tiene idea de lo que se trata. Las recientes manifestaciones obligan a la prudencia y no a la prisa en algo que simplonamente llaman “regalo”.