Quebradero

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Venezuela, en los días del destino

 

Por: Javier Solórzano Zinser

Ha pasado más de una semana y los resultados de las elecciones de Venezuela siguen en la opacidad y confusión.

Se podrá argumentar que los adversarios de Maduro, dentro y fuera del país, están uniéndose para acabar con un gobierno que se define como “socialista”. Las respuestas del presidente a los planteamientos y críticas del exterior lo colocan con un lenguaje de Guerra Fría y de los años 60 y 70.

A Maduro se le está acabando la capacidad de maniobra, porque no ha podido defender su presunto triunfo y porque se alejó de los orígenes del chavismo, con todas las críticas que se le puedan hacer. Maduro se desfasó de Venezuela y hoy ha encontrado en las amenazas, la represión y los ataques los elementos para defender su cuestionado triunfo.

Tiene bajo su control a la autoridad electoral, a la cual por más que se le ha pedido y exigido que haga públicos los resultados no lo hace, lo que sí ha hecho  es declarar ganador a Maduro sin las actas electorales.

Sin que la propuesta de Brasil, Colombia y México fuera contundente se optó por un buen camino. Lula se ha perfilado como un legítimo interlocutor. No ha dejado de insistir en que se den a conocer las actas electorales y no ha tenido silencios sobre lo sucedido, más bien en varias ocasiones ha planteado con claridad su visión de la elección en Venezuela.

La propuesta de Brasil, Colombia y México no se coloca en terrenos belicosos, como lo hizo de manera cuestionable la OEA, la cual no alcanzó los votos para señalar al gobierno de Maduro. La narrativa de Almagro resultó inapropiada, cargada de adjetivos para un momento en que si algo se tiene que buscar son puentes.

Es un hecho que la OEA se tiene que reinventar. Ha dejado de ser útil para el continente y muchos gobiernos se mantienen en ella por temas diplomáticos más que por convencimiento. Lo que es definitivo es que mientras sea la organización la que convoque al debate sobre todo tipo de temas de América hay que reconocerla, no tiene sentido alguno que en una votación como la que se hizo sobre Venezuela los países miembros se ausenten, como pasó con el nuestro.

Si bien lo que está pasando en el país sudamericano tiene una alta carga ideológica, tiene que verse más bien sobre bases técnicas. Lo que importa es conocer quién ganó con base en los datos derivados del voto popular. No se está en este momento poniendo en la mesa las ideologías de los partidos participantes. Lo que está de por medio es una decisión ciudadana y ésa es la que tiene que estar en el centro.

Entrar en las animadversiones respecto de una u otra opción política no tiene asidero para tomar la decisión de quién ganó o quién perdió. En buena medida esto sucedió hace algunos días en el Congreso mexicano cuando la mayoría salió en defensa de Maduro y pasó a segundo plano lo que está pasando con el proceso electoral.

Hace unos días también le planteábamos lo riesgoso que sería que la situación en Venezuela se enquistara. Esto llevaría a una abierta confrontación interna y también llevaría a que eventualmente el conflicto pudiera internacionalizarse como, de hecho, ya está pasando.

El reconocimiento indistinto del triunfo de Maduro o Edmundo González ya forma parte de posiciones políticas de diferentes gobiernos.

El Gobierno venezolano está en una posición de decidir; sin embargo, no se ve cómo pudiera reconocer el triunfo de la oposición cuando se la pasa amenazando e intimidándole.

Tarde que temprano se conocerán las actas y se tendrá que aceptar el triunfo de la oposición. Mientras tanto, Maduro trata de ganar tiempo; a veces pareciera que es más para salir del país que para reconocer lo que cada vez está siendo más evidente, su derrota.

RESQUICIOS.

Hay indicios de que Morena y aliados van a alcanzar mayoría calificada en Diputados. En el Senado tendrán que “convencer” a algunos legisladores para ello y así poder hacer todos los cambios que quieren sin necesidad de negociar con nadie; ahí viene nuestro destino.