Ven la tempestad y no se hincan
Por Javier Solórzano Zinser
Estamos en el preámbulo del fin del partido político que gobernó nuestro país cerca de 100 años. Fue clave para la institucionalización de una nación que venía de un largo proceso revolucionario que si bien terminó con una mayoría ganadora, también entró inevitablemente en procesos de crisis para su nueva organización.
Si algo es definitivo con el PRI es que para que pueda ser un factor en la vida política del país se tiene que transformar o refundar, que no le garantiza su sobrevivencia.
A pesar de ello, queda claro que no se vislumbra una nueva intencionalidad política y que pase lo que pase en sus controvertidas próximas elecciones su futuro se ve francamente precario; sus actuales dirigentes se mueven bajo el quítate tú para ponerme definitivamente yo.
El PRI no puede volver a ser lo que fue. Su deterioro, por más que se le reconozcan virtudes pasadas muchas de ellas ponderadas con tonos propagandísticos, es definitivo caminando por los rumbos de lo irreversible. Se convirtió en una mala marca y dejó de ser un partido que la ciudadanía vea como una opción de certidumbre y alternativa.
Hace algunos años en un largo viaje por carretera con Armand Mattelart, uno de los grandes estudiosos del lenguaje y de la comunicación, nos decía que le sorprendía que en todos los pueblos por los que habíamos pasado en las tiendas y viviendas tenían letreros de Coca-Cola y el PRI, hoy ya no está el tricolor junto con la Coca-Cola, está Morena; digamos que han sido desplazados.
El tricolor dejó de estar poco a poco entre nosotros, dejó de estar marcado en el imaginario colectivo. Se fue convirtiendo en un estorbo para el ciudadano más que en un partido al que se le viera transformarse y modernizarse.
Lo que está pasando estos días son los intentos por controlarlo a través de lanzamientos interminables de culpas en las cuales materialmente no hay a ni a quién irle. El PRI dejó de entender el país que somos y quizá haya pasado a segundo plano no sólo por el crecimiento de Morena, sino porque se carcomió internamente.
Los viejos priistas imaginan en su crítica lo que el PRI fue. Los que hoy lo controlan suponen que hay una sociedad que les va a dar una oportunidad siendo que esa sociedad creció mientras que el PRI terminó por dejar de crecer y entender.
Para que el tricolor vuelva a ser parte de la ciudadanía tiene que refundarse, pero, sobre todo, tiene que imaginar que su futuro tendrá que surgir al paso del tiempo, mediano y largo plazo, no con lo que tiene hoy, lo cual está fuera del radar de la ciudadanía.
Con razón se establece que Morena es la versión corregida y aumentada del PRI. El tricolor, por su parte, quiere seguir siendo el partido que fue con muy poca capacidad de autocrítica.
No queda claro si su dirigente quiere eternizarse en el poder como una forma de cuidarse las espaldas para, de plano, ponerle la mejor cara al régimen para irse convirtiendo paulatinamente en su comparsa que, sin duda alguna, necesita la 4T o para tratar de darle al menos respiración artificial al desahuciado.
Alito convocó a una elección interna, la cual está claramente dirigida. No hay manera de que los viejos priistas puedan ganarle, a pesar del típico lugar común de que en la elección “habrá piso parejo”. El PRI es el partido que más militantes ha perdido en el último año y los que quedan se ven cercanos a su actual dirigencia, quizá porque los tienen caminando de la mano.
Los dirigentes de los partidos saben que dirigir el tránsito concede poder, cobran favores, pueden colocarse en el Congreso, y de que hay dinero hay dinero.
En el PRI ven la tempestad y no se hincan.
RESQUICIOS.
El nombramiento de Lázaro Cárdenas Batel como jefe de la Oficina de la Presidencia es un buen indicador. Entiende la política y ha vivido en ella toda su vida. Conoce a la futura presidenta de años. Estará en él y ella que exista una comunicación plural en la estratégica oficina.