Por Uriel Flores Aguayo
Los delirios de grandeza, megalomanía desproporcionada, de AMLO, se traducen en horas y horas de peroratas, discursos con sello personal, obras faraónicas, retórica incesante, mentiras y demagogia cotidiana; es casi imposible distinguir de sus rollos la verdad de la mentira. Primero es su idea y luego la realidad; si ésta no se adapta a su pensamiento, se convierte en otros datos. Sus opiniones se traducen en propaganda y doctrina, sus seguidores las reproducen aun si son barbaridades, de las que abundan en sus mensajes. Pienso que algo de patológico tienen sus mañaneras en duración y contenido.
Su transformación es de papel, no existe como evolución, como algo positivo; es demagogia. Lo que hay es una regresión hacia la concentración del poder y el culto a la personalidad.
Los caudillos anteceden a los dictadores, se consideran superiores moralmente y se plantean fundacionales; nunca saben exactamente de qué, pero intentan demoler leyes e instituciones existentes para edificar una estructura que les permita concentrar el poder y no soltarlo nunca. Hacen lo posible por crear algún tipo de teoría, cada vez más difícil por su ausencia en el mundo; como no les da para ese alcance, anotan un listado de frases o un supuesto proyecto superior. Normalmente el líder presenta libros, machaca con lemas, crea un aparato de propaganda e intenta una influencia cultural en la sociedad; si tiene que usar a la educación con fines doctrinarios, lo hace sin rubor. En la historia se registran a los caudillos y dictadores asociados a un pensamiento, a su pensamiento, que es una mezcla de lugares comunes y ocurrencias; hay casos en que los llaman teorías. De todo eso no es ajeno AMLO. Su perfil mesiánico y autocrático está retratado en el común de los caudillos y dictadores.
Dicen estar transformando a México, no aclaran lo suficiente en qué. Para ellos su gobierno es de la cuarta transformación y van por su continuidad en un segundo piso. No es difícil cuestionarlos o dudar de su proyecto, sus resultados en salud, seguridad y educación son un desastre. Inventaron una elaboración pseudoteórica referida a lo que llaman el humanismo mexicano y la revolución de las conciencias; son palabrería hueca sin bases con argumentos. Están bien para títulos que puedan apantallar a sus clientelas o para la grandilocuencia de sus proclamas. Más allá del papel no hay nada. No puede haber humanismo en un AMLO que todos los días destila odio e insulta a los que considera sus adversarios; en realidad los trata como enemigos. Es algo rara una revolución de las conciencias con el acarreo a los actos de Morena, con las amenazas a los beneficiarios de programas sociales y las presiones esclavizantes a los empleados públicos para que hagan campaña por el oficialismo. Nada edificante tiene que los tres niveles de gobierno se disfracen de partido político.
En su visión autoritaria todo es blanco o negro, no existen matices ni pluralidad. No dialogan y no son tolerantes. Para ahorrarse argumentos, que casi nunca tienen, acuden a expresiones graves como las de fachos y traidores a la patria dedicadas a quienes no los apoyan. Lo hacen sin escrúpulos ni responsabilidad. No son demócratas. El problema es que hay algunos grupos y personas brutalmente desinformados, capaces de creer cualquier aberración, formados en la propaganda de la fe, que lo repiten y lo aplican en su convivencia social. No son ciudadanos realmente.
Llevará tiempo salir de esta polarización impulsada unilateralmente por razones de estrategia política de AMLO, quien claramente optó por ser jefe de partido y no el Estadista, el presidente de todos. Sus huérfanos van a vivir una sensación de abandono; su nexo es casi religioso, su personalidad es la casi única razón por la que apoyan a Morena; sin él, es muy difícil que sigan respaldando al morenismo. Lo vamos a constatar pronto.
Recadito: gravísima la crisis de agua en Xalapa.