Por Darío Fritz
Hay una guerra. Recala en el discurso. En la narrativa. Le suelen llamar “guerra cultural”, nacida en su momento en el marxismo y con la intención de penetrar las ideas de la mano de herramientas culturales: cine, literatura, medios de comunicación, mensajes públicos, formación universitaria, liderazgos de alto impacto.
Muy apropiado en el pasado a lo que se define como izquierda o progresismo en la actualidad – clasificarse de izquierda ya parece rancio por la propia defección de quienes dicen serlo y defenderla- ha saltado ahora al otro bando -muchas veces considerado inculto-, el de la derecha conservadora y con más prominencia la ultraderecha por su radicalidad.
Se trata de una guerra cultural agresiva, punzante, de objetivos claros y rocosa que está ganando y no busca abrirse camino a codazos únicamente. Lo ha hecho incluso con golpes de mando lapidarios, de los que suman adeptos y de la mano de la legalidad: es decir, con triunfos electorales: Trump, Netanyahu, Bolsonaro, Orbán, Meloni, Bukele, Milei.
Tres conceptos de la escritora y premio Nobel, Doris Lessing, explica en buena parte su salto al primer lugar del tablero político para lo cual no necesitaron de cursos rápidos ni alumbramientos repentinos de cultura, sino la degradación del lenguaje, repetir, aunque fueran mentiras, y aplicar eslóganes donde ideas complejas se reducen a una fórmula verbal simple.
Nadie conocía en México hasta la pasada semana que hay un diputado español llamado Gerardo Pisarello, hasta que el presidente López Obrador -en uno de sus acostumbrados triunfos de imposición de la agenda mediática- lo utilizó de referencia por la defensa que hizo de su gestión, y así recordar por segunda vez en el año cómo sectores de la derecha política española tratan de influir para la elección del 2 de junio. La primera oportunidad en que AMLO tomó el guante fue en marzo cuando una legisladora derechista española asistió en Puebla a un denominado Festival de Ideas (dixit de derecha) para repetir en un auditorio de empresarios y jóvenes, el discurso electoral de la entente PAN-PRI-PRD.
Enarbolar un discurso agresivo -para algunos provocador-, en la casa de quien te recibe, no habla de visitantes con intenciones amistosas, sino de quien toma algún jarrón que ande por ahí y se lo lanza a la cabeza del anfitrión. Lo ha hecho también este fin de semana el presidente argentino Javier Milei en una convención que reunió a la crema y nata de la ultraderecha europea en Madrid, a la cual pertenece aquella legisladora. Milei arrojó que la esposa del presidente Pedro Sánchez “es una corrupta” y sobre él una “calaña atornillada en el poder”. La crisis diplomática allí está para destilar tinta y voces en los próximos días. Pero no parece ser de pronta solución como los anteriores desatinos diplomáticos generados por el argentino con sus pares brasileño, colombiano y con el mismo López Obrador.
La guerra cultural abreva en los extremos. Detrás se mueve un mundo de secretismos de redes ideológicas y económicas construido en décadas -Acción Nacional y su amistad con la ultraderecha de Vox y el PP español no es nueva- y cuya pinta para el futuro no es la más promisoria. Mala tempora currunt, dice el historiador y académico Steven Forti, que lo ha estudiado. “Podemos llegar a ser la generación que verá cómo las democracias acaban muriéndose paulatinamente en buena parte del globo para dar paso a autocracias electorales que, sin ser los regímenes totalitarios de los años de entreguerras, convertirán en pálidos recuerdos del pasado la separación de poderes, las elecciones libres y justas, el pluralismo político e informativo y el respeto de los derechos de las minorías”.
@DarioFritz