Sobrevivir a la juventud

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Por Darío Fritz

Hubo un tiempo en que el amanecer de la juventud se labraba a tropezones y saltos al vacío, aunque desde la seguridad imberbe de creer a la fuerza en sí mismo. Que no era poca cosa, aunque insuficiente. Los padres arrojaban a sus hijos a hallar un lugar en el mundo a los doce años, pasado los primerizos descubrimientos de la niñez en la primaria. La segunda etapa escolar se anclaba entre el posible bullying si eras la oveja desconocida en una manada de fieras y la rigidez de los maestros que blandían una pared de por medio llamándote por el apellido y castigando con números bajos aquello que no supieron explicar. Se trataba de una inmersión en la sobrevivencia sin derecho a respirar. Podría despejarse con el inmediato sometimiento a las reglas ajenas o un tortuoso paso que nadie intentaría aleccionar más allá de obligarte a aceptarlo.

Pero no había más opciones. El ingreso al mundo laboral a tales edades ni siquiera daba tiempo a sobrevivir. Así fuera cargar contra el sol inmisericorde en el campo, haciendo de mandadero en un comercio o preparando cemento en una obra en construcción. El derecho de piso de entrar en la vida, por provenir de una casa de recursos escuetos, se pagaba de esa manera. Para esos padres su experiencia aún pudo ser peor. Así que se corría con suerte. Las cosas algo han mejorado. Mejoró la calidad de vida. Mejoró el acceso a educación. Estamos más informados.

De aquellas experiencias de sobrevivencia hemos podido saltar a las del siglo XXI, tan imperfectas y deshumanizadas como las de antaño, pero con otros contenidos. Las consecuencias de la pandemia las seguimos pagando. Aquello que se creía ingenuamente como un nuevo rescate de valores y solidaridad, terminó siendo lo contrario. Los ejemplos de heroicidad de médicos y enfermeras o los músicos y el entretenimiento desde balcones y calles desiertas, no fueron más que expresiones individuales sin arraigo colectivo. Como resultado de las transformaciones sociales, los hijos jóvenes de hoy no están tan sometidos a las carencias de sus padres. Internet tiene lo bueno -entre tantas deficiencias- que ofrece armas informativas para no dirigirse al abismo juvenil al que estuvieron sometidos aquellos padres. Aun así, enfrentar el mundo tiene sus dificultades.

Ansiedad, depresión, estrés, incertidumbre, temor, problemas del sueño, enojo y soledad detectados a partir de 2021 tras el fin del confinamiento, se siguen traduciendo en la falta de concentración que podemos ver en un aula universitaria, los casos que relatan padres con hijos recluidos en sus habitaciones o las dificultades de jóvenes para sostenerse en los trabajos. “Cuán difícil… es hacer cenizas de la mente”, escribió el poeta japonés Sugawara no Michizane. La salud mental no es un problema aislado. El país todavía tiene 116 mil jóvenes menos en educación media superior respecto a lo registrado en 2018. Y la focalización en lo que quieren hacer sólo ha mejorado entre los estudiantes de hogares acomodados, dice un trabajo reciente de México Evalúa donde se propone cómo ayudar a cumplir con sus aspiraciones.

El autor chileno Claudio Bertoni tiene un texto, “Desiderata”, que viene al caso: “Piensas que despertar te va a aliviar y no te alivia / piensas que dormir te va a aliviar y no te alivia / piensas que el desayuno te va a aliviar y no te alivia/ piensas que el pensamiento te va a aliviar y no te alivia… /… piensas que el tiempo te va a aliviar y no te alivia/ piensas que descansar te va a aliviar y no te alivia.” Las palabras juventud y jóvenes no estuvieron entre las quince más utilizadas por las dos candidatas presidenciales en los debates recientes. No sólo se trata de sobrevivir, sino de existir.

 

@DaríoFritz