Está entre nosotros
Por Javier Solórzano Zinser
Así como no tiene sentido generalizar sobre la violencia política tampoco vale por ningún motivo minimizarla.
Una constante de la presente administración es otorgarle poca relevancia a la crítica y a la información sobre hechos que vivimos y padecemos los ciudadanos.
La violencia política avanza en la medida en que nos acercamos a las elecciones. No tiene sentido soslayarla, en algunos estados provoca efectos expansivos, algunos de los cuales no necesariamente los podemos visualizar y entender, por ahora, pero tendrán repercusiones en el mediano plazo.
La violencia política no solamente afecta a las personas que son agredidas, alcanza a familiares, colaboradores y amigos de las personas directamente agredidas, todo ello como parte de una estrategia para infundir temor y buscar la manera de que no se participe en los procesos electorales, al tiempo que se busca imponer lo que quiere la delincuencia organizada.
El problema también está en lo que provoca para el desarrollo de las elecciones. En estos escenarios suele suceder, como ya nos ha pasado, que los ciudadanos opten por no participar por el temor de lo que puede pasar a lo largo del proceso y el mismo día de las elecciones.
En recientes elecciones ha sucedido que en algunos estados se presentaron secuestros el día de las elecciones para impedir la capacidad de maniobra de militantes para movilizar a quienes pertenecen a su organización, para poder acompañarlos a votar. Hay evidencias de que esto sucedió en Sinaloa, los secuestrados al momento en que se cierran las casillas son dejados en libertad.
Esto sucede el día de las elecciones, pero a lo largo de todo el proceso se busca crear un clima adverso que inhibe a los ciudadanos, quienes con razón optan por pasar por alto el día de las elecciones.
DataInt reporta 70 personas muertas violentamente que estaban buscando reelegirse o aspirar a un cargo público desde septiembre pasado. Lo riesgoso de esto es que se va a creando un temor entre los votantes, una distancia con la democracia y la política y una imagen hacia el exterior que no nos ayuda y que genera preocupación y atención.
El Alto Comisionado de la ONU llamó la atención de lo que está pasando con base en información de primera mano. No es un acto de intromisión por más que nos guste o no la ONU. Siendo este organismo una especie de rector mundial, es su responsabilidad hacer ver lo que sucede en diferentes países partiendo de análisis detallados y de una responsabilidad compartida.
No se trata de que nos digan lo que tenemos que hacer. Por principio, se deberá de escuchar a un organismo del calibre de la ONU que no suelta juicios a la ligera.
Al Presidente no le gustan este tipo de participaciones, le molesta que se señale a México, aunque a menudo señale democracias y formas políticas de otros países.
Arremetió contra el Alto Comisionado señalando de nuevo un sinfín de limitaciones y discrecionalidades. Muy probablemente el Presidente tenga razón en muchas de sus críticas, pero como fuere, es el organismo que tenemos, que nos rige y que nos convoca para buscar la deteriorada civilidad mundial.
La ONU es obviamente perfectible, pero por principio desacreditarlo pasa por alto la necesidad de atender su crítica, sobre todo, cuando se viene un proceso electoral de tanta importancia; el más grande de nuestra historia. López Obrador bien pudo asistir a la asamblea de la ONU a la cual fue convocado para en el pleno plantear sus críticas.
Nadie nos va a decir qué hacer, pero estamos pasando por un proceso delicado en donde hay que buscar la manera de responder; lo que es un hecho es que la violencia política está entre nosotros.
RESQUICIOS.
La Iglesia católica está padeciendo la violencia. No sólo son sus sacerdotes atacados y asesinados, sus fieles y quienes trabajan en los templos quienes están viviendo al límite en diversas comunidades; es para atender su llamado hacia el 2 de junio.