Por Darío Fritz
Cambiar también lleva al infierno. No siempre estamos rodeados de iluminación, esperanzas concretas ni bonanza asegurada. La ilusión de lo mejor trastabilla y se derrumba con las cuentas de la realidad.
Creíamos que quitar un árbol aquí y otro allá nos obligaba en todo caso a llevar sombrero o paraguas para contener la quemazón del sol, pero luego la pérdida de la capa de ozono, los gases invernaderos, la deforestación, las emisiones de dióxido de carbono del transporte, la energía que requieren los edificios o el derroche del consumo de agua y electricidad nos hacen ver por qué el aumento de las temperaturas o sequías e inundaciones frenéticas traen más pobreza, falta de alimentos, extensión de enfermedades o desaparición de especies. Cambio climático se define, que no es otra cosa que crisis climática.
Creíamos que multiplicarnos en la ciudad nos traía progreso, conocimiento, mayor educación, cultura, pero como contrapartida menos gente trabaja la tierra, la solidaridad acaba defenestrada, se contaminan ríos y mantos freáticos, la polución enferma.
Creíamos que otros países nos recibirían con las manos abiertas porque así suelen decir sus constituciones, pero las migraciones sólo se aceptan cuando el que llega lo hace con billetera abultada o cerebros que aportan a la academia y la especialización laboral, mientras la persecución está dirigida a una mayoría que todo lo ha perdido y sólo puede aportar lo que sus manos y sudor les permite ofrecer.
Creíamos en la alimentación en bases a productos naturales y equilibrios dietéticos y ahora la tecnología del procesamiento de alimentos, los aditivos, los nutrientes ausentes, nos traen más diabetes, obesidad, cánceres, enfermedades cardiovasculares.
Creíamos que la criminalidad se combatía con fuerzas de seguridad honestas y hoy sabemos que la delincuencia se fusiona con los uniformes de autoridades. Veíamos a las cárceles como una oportunidad para redimir condenados y se han convertido en cursos de posgrado para la violencia y la trampa.
Creíamos en el periodismo como el lugar de la información equilibrada, la usina para revelar lo que el poderoso quiere esconder, una isla donde el ciudadano puede confiar, y ahora prima la arrogancia de militar por causas políticas, se desvaloriza la calidad de la noticia y se hace de la información un negocio personal.
Creíamos en la rendición de cuentas de gobernantes poco confiables, ahora sabemos que la desconfianza siempre fue cierta.
Creíamos en los valores de la democracia y la igualdad, ahora los errores de gobiernos que fagocitaron las mejoras salariales, hundieron las ofertas de trabajo, aumentaron la presión fiscal, enmascararon la corrupción, transfirieron a los más ricos el bienestar de las clases medias y los ingresos de los más necesitados, generan una desazón en mayorías empobrecidas donde poco importa la convivencia ni cómo se gobierna.
Por décadas creíamos en las causas de la rebeldía, la mirada alternativa al status quo, la creatividad como oposición al conservadurismo, el compromiso de interpelar la soberbia del poderoso, el vasallaje de la injusticia o el descaro del iluminado.
Pero esas ideas que signaron las de una parte de la humanidad desde 1799 -pocas veces como expresión mayoritaria, la mayor parte como minorías-, hoy se esfuman en manos de quienes miraban desde el otro lado con expresión de perversidad. Los ideales progresistas sucumben, por defección propia, a los objetivos de los otros que arrebatan el cambio, en relato y hechos -pletóricos en algunos casos de groserías, misoginia, hipocresía o violencia-, como sinónimo de ilusión y triunfo de una certidumbre para pocos.
Nunca el cambio ha estado en peores manos.
@DaríoFritz