Acapulco. La narrativa
Por Javier Solórzano Zinser
Uno de los escenarios para tratar de conocer lo que pasa en Acapulco está en las narrativas.
Por un lado, han aparecido versiones que buscan desacreditar al Gobierno a como dé lugar. Se ha difundido información con intenciones abyectas que lo que provocan, no casualmente, es que se agudice el clima de confrontación. Buscan evidenciar la incapacidad del gobierno, ubicando en primerísimo lugar al Presidente, es el encono como método de información.
Por otro lado, se ha desarrollado un periodismo serio en donde lo más importante tiene que ver con las víctimas. Las voces desgarradoras que se han escuchado muestran el tamaño de la tragedia y también las desiguales atenciones que se han dado a los ciudadanos.
Las críticas del Presidente en este sentido carecen de fundamento, porque las voces hablan en función de las brutales vivencias. Son las y los acapulqueños los que se están expresando más allá de cualquier filiación política. Las críticas al Gobierno no necesariamente pasan por intenciones de desacreditarlo, tienen que ver con lo que está pasando y ante lo cual si algo ha quedado claro es que el Gobierno y toda la sociedad acapulqueña han sido rebasados.
El Presidente y medios afines, por su parte, no permiten opiniones diferentes. La polémica sobre si se informó a tiempo sobre el huracán muestra un debate que en lugar de que sea parte de un análisis para poder delimitar responsabilidades se convierte en una defensa a ultranza de una u otra posición.
Mientras todo esto sucede, la población vive en la absoluta adversidad y sin que se tenga en Acapulco un diagnóstico que permita una acción inmediata que lleve antes que cualquier cosa a atenderla.
No está en cuestionamiento el empeño que el Gobierno ha manifestado y desarrollado para enfrentar la tragedia. Sin embargo, esto no quiere decir que las cosas se hayan venido haciendo bien, hay una gran cantidad de pendientes que tienen que ver con el tamaño del problema, pero también con la forma en que se está por ahora actuando.
López Obrador, seguramente, está ante su segundo gran parteaguas. El primero fue el Covid, que sigue siendo cuestionado en su estrategia por la forma en que se atacó, sin soslayar temas tan importantes como el de las vacunas.
Todo lo que se dijo sobre el plan del Gobierno López Obrador lo consideró como un ataque de sus adversarios “neoliberales” y “conservadores”. No se abrió en ningún momento la posibilidad de escuchar voces distintas que las que encabezaba el vocero a modo.
Ante Acapulco estamos ante la oportunidad de una estrategia transparente en que se quiten los atavismos y se conozca lo que realmente está pasando. Es evidente que falta mucho por conocer, sobre todo, en la zonas marginales del puerto en donde todavía anoche no había luz.
Acapulco se ha convertido en otro lamentable escenario de las confrontaciones. El Presidente y su Gobierno no son las víctimas de lo que está pasando. No es la primera vez en que López Obrador encuentra en la crítica, el análisis u opiniones diferentes a la suya un elemento de ataque a su gobierno. Esta estrategia es una constante que le permite tener todo el tiempo en guardia a quienes disienten de sus opiniones.
En los primeros balances se alcanza apreciar que los medios de comunicación han actuado de manera desigual. No tiene sentido que sean el elemento de elogio desbocado al Presidente o el centro de la crítica aprovechando la abrumadora tragedia.
La terca realidad está ante nosotros. Ésta es la que hay que transformar. El Gobierno tiene que actuar entendiendo que sus mensajes deben ser propositivos, pero no pueden rayar en lo imposible como ha venido sucediendo.
RESQUICIOS.
Al interior del oficialismo existen discrepancias sobre si se debe rediseñar el presupuesto a partir de la tragedia en Acapulco. Un grupo de diputados plantea mover algunos rubros para apoyar la reconstrucción, el problema que se enfrenta es de los dineros que se llevan las obras faraónicas.