Chiapas. Un diagnóstico fallido
Por Javier Solórzano Zinser
En Chiapas se requiere de algo más que enviar a la Guardia Nacional y al Ejército. El estado sigue bajo un diagnóstico fallido.
Ya son varios meses metido en la violencia de los cárteles de la droga, los flujos inéditos migratorios y conflictos históricos entre comunidades. Chiapas tiene un problema de gobernabilidad desde hace al menos dos sexenios. Los últimos años ha sido gobernado por el Partido Verde y por Morena, los cuales han sido apoyados y apuntalados por el pasado Gobierno federal y por el actual.
No pueden esgrimirse pretextos. Se conocen bien los problemas, los cuales tienen en la pobreza uno de sus ejes. Ha sido difícil cambiar las tradiciones, pero muchos conflictos entre las comunidades debieron buscar ser resueltos o por lo menos sentarse a la mesa para buscar salidas alternas.
Chiapas forma parte de nuestro imaginario colectivo de siempre, pero, sin duda, la acción zapatista lo colocó en el centro, lo cual nos permitió como sociedad la toma de conciencia y el significado del indigenismo. Chiapas tiene un antes y un después desde el 1 de enero de 1994 le dejó una honda huella al estado y al país, y si no se apura a Centroamérica.
Da la impresión de que los gobiernos no aprendieron nada de aquella invaluable irrupción y el significado que tuvo para el estado mismo. Chiapas se colocó a partir de ello en un referente del país para el mundo. A través de la irrupción, conocimos la historia de un estado con grandes diferencias socioeconómicas, con una riqueza orográfica y cultural excepcionales, y una fuerza indigenista que nos llevó a que generacionalmente tomáramos conciencia plena de nuestros orígenes.
Sumemos a todo esto su ubicación geográfica. Es una de nuestras fronteras por las que entra la mayor parte de la migración que intenta llegar a EU. Todo lo que rodea a Chiapas debió tener un seguimiento de los diferentes niveles de gobierno, porque tiempo que conjunta virtudes inigualables estaba obligado a entender los riesgos y atacar de manera directa la pobreza; en algún sentido se está buscando con el desarrollo de las contradictorias obras del sexenio.
La presencia de la delincuencia organizada es un tema que se trae desde hace varios años en el estado. En el último año las cosas se han agudizado, pero no estamos ante algo que deba sorprender porque es un escenario que desde hace tiempo se encuentra en Chiapas, en la frontera y en Guatemala.
La responsabilidad primera es de los gobiernos que presumimos debieron tener un diagnóstico con base en sus servicios de inteligencia de lo que poco a poco se estaba gestando. La porosidad de la frontera es ocasión para que la delincuencia organizada se mueva entre la complicidad de las autoridades y la compleja y atractiva orografía de la zona.
En los últimos dos años, San Cristóbal de las Casas ha vivido situaciones de excepción producto de dos fenómenos: por una parte, la delincuencia que tiene que ver con el transporte público de grupos que lo utilizan para delinquir. Las mafias se han ido consolidando en la pelea por las rutas y ha terminado en las calles de San Cristóbal.
Por otro lado, los intentos de apoderarse de amplias zonas del estado por organizaciones criminales se han intensificado y en algunos casos han encontrado empatía entre los pobladores.
La arquidiócesis difundió un boletín en el que pide a los habitantes que no salgan, porque la situación es de alto riesgo, a la vez que le solicita a la autoridad que actúe; San Cristóbal es una de las joyas de la corona de Chiapas.
Lo que pasó el fin de semana no es un asunto de “mucha propaganda”. Es una de las definiciones de lo que vive el estado.
RESQUICIOS.
Nueve años se cumplen en este día de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El desaseo de las investigaciones no permite conclusiones definitivas. Uno de los ejes es la delincuencia organizada, la cual, como fuere, sigue actuando en la zona, como se puede ver en Iguala y Chilpancingo.