La no invitación
Por Javier Solórzano Zinser
El Presidente está en su derecho de invitar a quien quiera a el Grito y al desfile. Es una decisión que tiene que ver con su forma de ver las cosas y con sus atribuciones como legítimo Jefe del Ejecutivo.
Si no invita a ninguno de los otros dos poderes es un signo y un mensaje. Si lo hizo en otras ocasiones es muy probable que haya sido contra su voluntad. Entrando al quinto año se sabe fortalecido y también con una capacidad de maniobra que le da su alto nivel de popularidad y el suponer que la sucesión de alguna manera la tiene amarrada.
La no invitación se suma a lo que a lo largo del sexenio ha sido su política y su mirada sobre los otros y sobre aquellos que no piensan como él, a quienes coloca bajo la máxima de estás conmigo o estás contra mí.
El no invitarlos pasa por un criterio de exclusión y por una negativa de integración. El que los otros estén parados junto a él y que puedan establecer por mínimo que sea un diálogo que permita cuando menos hablar de los fuegos artificiales del 15 de septiembre y del desfile del 16, no está evidentemente en su radar.
La posibilidad de ello permite momentos en que al menos el mandatario y los otros poderes, independientemente de sus diferencias, conviven en un acto que va más allá de ellos. Se trata de las fiestas de septiembre que significan y representan parte del origen y de lo que hoy somos como nación, más allá de quien hoy gobierna y de los partidos políticos.
No es una fiesta particular, aunque se tenga la atribución de invitar a quien uno quiere. La no invitación refleja la mirada que tiene el Presidente del proceso que se vive. Es una confirmación de que no le interesa y de que no está en su radar la convivencia pública con los otros poderes, en algún sentido los excluye y los aleja del Ejecutivo, lo cual para algunos podría interpretarse como una expresión de fuerza y autoridad.
Aunque esto no sea nuevo, como se ha visto a lo largo de su mandato, se podría presumir que entrando en la fase final del sexenio muchas cosas podrían verse de manera diferente. No le gusta la oposición, porque no piensa como él, más bien la fustiga y señala como se ha visto con Xóchitl Gálvez a quien de tanto intentar desacreditar va logrando que en el imaginario colectivo vayan creciendo los negativos sobre la hidalguense, como se empieza a ver en encuestas recientes.
Lo que va a terminar por ser cuestionado sobre el gobierno en su parte final es que teniendo todo el poder para lograr integrar a buena parte de la población, lo que incluye a quienes no piensan como él sin soslayar la enorme relevancia de su inobjetable punto de partida de primero los pobres, no fue incluyente en un país en que, a pesar de que tiene a López Obrador como un referente cotidiano, importante y significativo, no deja de ser diverso.
Lo que hay en el fondo es quizá una mirada de ver la política y la vida misma. La no invitación mandó un mensaje en que además toma distancia con los otros poderes partiendo de quien encabeza la Suprema Corte de Justicia de la Nación y quienes encabezan las mesas directivas de las dos cámaras.
Como sucede con lo que hace el Presidente sus furibundos seguidores, particularmente los gobernadores, lo siguen de manera puntual con lo que se expande la política presidencial y se expanden las diferencias, aislamientos, confrontaciones y actitudes que terminan por ahondar las divisiones muy lejos de cualquier civilidad política.
Lo que empezó en algunas áreas como una esperanza va a terminar con una agudización de las diferencias que sin que dejen de existir, hubiera sido sano para la República acceder a terrenos de civilidad para dirimirlas.
RESQUICIOS.
En el saltimbanqui que viene, debido a las y los legisladores que quieren reelegirse, los partidos políticos deben ser serios. La empatía y que caigan bien son factores, pero no vendría mal que evaluaran de manera crítica sus gestiones, lo que incluye a gobernadores y alcaldes; hay que elevar el nivel de juego.