La jodidez sin adjetivos
Fernando Maldonado
Entran en la recta final mujeres y hombres que buscan el poder público en el país y pronto sucederá lo mismo en nueve estados del país, de entre los cuales destaca Puebla, Veracruz, Tabasco, Jalisco y Guanajuato, gobernados por Morena, PAN y Movimiento Ciudadano. Esa pluralidad política ha sido ineficiente, al menos para terminar con un problema básico para el desarrollo humano: el hambre.
Puebla tiene casi medio millón de personas con inseguridad alimentaria, dice el Coneval (Consejo Nacional (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) y ocupa el tercer lugar en ese vergonzoso indicador, superado sólo por Veracruz, gobernado por un payaso que un día ocupó un lugar en la academia, Cuitláhuac García, con casi 639 mil personas con hambre.
Entre Puebla y el vecino estado costero tienen más de 1 millón de personas sin posibilidades de llevar algo de aliento digno y nutritivo al estómago todos los días y el número es equiparable número de habitantes en esa misma condición en el Estado de México, que alcanza 1 millón 71 mil personas.
Edomex está por estrenar gobierno con la morenista Delfina Gómez el próximo 14 de septiembre, pero nada puede asegurar que la alternancia que vivirán los mexiquenses a partir de esa fecha vaya a resolver ese flagelo, herencia de la casta priísta porque la futura gobernadora ya fue edil de Texcoco en donde la gente con hambre también pulula.
En un país decididamente polarizado, cargado de ideología política y una alta dosis de fanatismo religioso, el hambre de todos los días es un aspecto de la cotidianidad que no sorprende, ni lastima frente a clases más pudientes porque esta normalizad. El paisaje urbano con cruceros llenos de limpia parabrisas, niños escupe fuego o madres con hijos en brazo que hacen malas suertes y malabares para ganarse una moneda lo tenemos como cotidiano.
En el Banco de Alimentos, una institución de asistencia privada que tiene 27 años de gestionar y entregar comida a los más pobres en el territorio, tiene indicadores que reflejan con claridad el fracaso de la clase política y sus medidas de apoyo para los menos favorecidos en un modelo que ha resultado ineficiente y, probablemente, generador de pobres y hambrientos.
De acuerdo con esta organización no gubernamental, sólo en la capital de Puebla han sido contabilizadas 250 mil personas sin posibilidades de llevar un plato de sopa y guisado a su mesa cada día. Eso explica el fenómeno del hurto de alimento, medicinas u otros productos de consumo básico en tiendas de conveniencia, mercados populares y supermercados.
Ejemplos inundan, como el día que el régimen de Rafael Moreno Valle, prototipo de una clase política insensible y plutocrática decidió enviar a los medios un boletín de prensa para dar cuenta de la captura de un hombre adulto que fue sorprendido tratando de llevarse dos botes de lecha en polvo. La feroz policía de ese régimen -así se quería hacer ver-, no advertía que se estaba ante un claro caso de robo famélico, que se traduce en robo por hambre.
En la tierra de los “otros datos”, la existencia de una sola familia sin posibilidades de satisfacer el hambre debería ser motivo de insomnio para la clase gobernante, pero no es así. La conducta frívola del anuncio grandilocuente de su figura y rostros pone en evidencia que la prioridad general es el lucimiento fatuo frente a una enorme masa hambrienta.
Todas y todos dicen tener el remedio para sacar al país -o el estado- de las condiciones en que se vive. ¿Y si comienzan por ayudar a que en cada una de esas familias menesterosas haya una sopa caliente al día?