Por Carlos Tercero
Recientemente, llegó a los cien años uno de los personajes más influyentes en la política mundial del siglo XX: Henry Kissinger; quien, a lo largo de su carrera, ejerció amplia autoridad en los temas de seguridad nacional, política interior y diplomacia de los Estados Unidos. Nacido el 27 de mayo de 1923 en Alemania, Heinz Alfred Kissinger, se muda a Nueva York con su familia en 1938 huyendo de la persecución nazi por sus raíces judías. Durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, desempeñó tareas de inteligencia militar. Unos años más tarde, realizó estudios en ciencias políticas, graduándose con honores de Harvard.
Kissinger despachó como Secretario de Estado con los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford de 1969 a 1977, jugando un papel clave, aunque controversial, en la configuración del vínculo entre Estados Unidos y México, ayudando a normalizar las relaciones entre ambas naciones después de la masacre de Tlatelolco en 1968, esforzándose por promover la cooperación económica y una cordial relación diplomática. En 1970, ayudó a negociar el acuerdo que reimpulsó las relaciones entre México, Estados Unidos y Canadá, mismo que consideraba la creación del Banco de Desarrollo de América del Norte (NADBank), destinado a otorgar préstamos a empresas en México y Canadá, el cual continúa hasta nuestros días como institución financiera bilateral que fortalece las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Sus contribuciones tuvieron impacto tanto en la política interior como exterior de México; Kissinger fue preclaro al entender que ningún país tiene un rol más permanente en la política exterior de los Estados Unidos que México; de ahí la importancia de mantener una estrecha relación bilateral, reconociendo la relevancia geopolítica de nuestro país. Sin embargo, su legado es complejo y proclive al cuestionamiento; pues si bien impulsó el crecimiento económico y la estabilidad en el país, simultáneamente toleró abusos contra los derechos humanos por el gobierno autoritario de Echeverría.
Con ese mismo enfoque pragmático, acompañó a México en la gestión de su política exterior para que alcanzara un papel protagónico y se consolidara como puente entre América Latina y Estados Unidos, y con ello, México adoptara una postura diplomática más activa destinada a promover la paz y la estabilidad en Centroamérica.
Su involucramiento no fue del todo pensando en México, comprensiblemente su fin último era el de favorecer y priorizar el beneficio de su país y, para lo cual, se apoyó siempre en el abanderamiento de un compromiso con la democracia liberal, con la economía orientada al mercado, al libre comercio y el respeto al Estado de derecho, como base para el entendimiento común y la posibilidad de generar riqueza y condiciones de bienestar para los ciudadanos de ambas naciones.
En el ocaso de su vida, Henry Kissinger sigue siendo una figura controversial por su trayectoria de intervención (acaso intervencionismo) en la política mundial que, en el caso de México, se hizo patente en el último tercio del Siglo XX, trascendiendo por su enfoque pragmático y velado compromiso con el diálogo y la cooperación que contribuyeron al fortalecimiento de la relación bilateral con Estados Unidos, así como al posicionamiento de México como actor relevante en la región. Hoy, al paso del tiempo es posible reflexionar respecto a su postura reiterada de que México, debe pensar y actuar desde una perspectiva norteamericana, es decir como integrante del bloque de los países que integran América del Norte, no con una postura nacional unilateral y aislada, sino con una visión y propósitos de largo alcance que hagan de lado el romanticismo del sueño bolivariano, en contrapeso con el riesgo de que el sueño americano, se torne en contraproducente espejismo; y en ello, es tarea del gobierno conducirnos con soberanía y sensatez por la ruta que más convenga a México para alcanzar el lugar que legítimamente le corresponde, sin dejar de reconocer nuestra realidad geopolítica.
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