Por Carlos Tercero
En México se rechaza el maíz transgénico, bajo el argumento de que los genes modificados ponen en peligro la diversidad del maíz mexicano y que, además, el glifosato que se usa en su producción es un peligro para la salud; tema que conlleva al mismo tiempo una carga sociocultural, pues al maíz se le considera origen y símbolo de nuestra cultura.
Resultado de la globalización, de la misma manera, reprochamos el fenómeno de la transculturación, observable en la adopción de expresiones culturales que provienen del exterior, y que, en algunos casos, sustituyen en alguna medida nuestras propias expresiones culturales; ejemplo de ello, es el choque cultural entre nuestra arraigada tradición del Día de Muertos y el Halloween.
Se critica igualmente a las empresas transnacionales, que con la fuerza de grandes capitales desplazan al comercio local, cuyas utilidades salen del país, aunque es justo, considerar el empleo y dinamismo que aportan a la economía.
En la creciente cultura de legalidad y búsqueda por la preeminencia del Estado de Derecho, es convención social el rechazar la transgresión de la ley, pues evidentemente implica actuar en contra de la norma, de la costumbre.
De manera similar, y en un sentido opuesto, socialmente se concibe de forma positiva a la transmutación, tanto en su acepción científica que se refiere a la metamorfosis de un elemento químico que pasa a convertirse en otro; como a la que se refiere a lo espiritual, al viaje que realiza el espíritu a través de las diversas formas de vida a las que anima momentáneamente, mientras dura esa vida, para luego retirarse sin sufrir cambio alguno.
Y así, en esta misma lógica tenemos a la transformación, cualidad y reclamo social que se ha convertido en esperanza del cambio político que nos permita alcanzar el México de justicia social, de inclusión e igualdad al que todos aspiramos.
Con el recuento anterior, se evidencia la carga negativa o positiva que lo trans, traslada a distintos y muy diversos aspectos y procesos de la vida en sociedad, que de manera permanente evoluciona a distintas realidades y cualidades generacionales de existencia y convivencia comunitaria, detonando fenómenos complejos y en ocasiones disruptivos como el movimiento woke en Estados Unidos, que intentando reivindicar y salvaguardar causas –por supuesto justas– de algunas minorías, termina despertando la unidad de una inmensa mayoría, que se siente agredida y menospreciada, ante la imposición de una ideología y valores que aunque respete, no le son propios. Ejemplo de ello, son los recientes desaciertos comerciales de empresas de la talla de Disney, Target o Bud Light; esta última, que por más de dos décadas y hasta hace unas semanas, fue la cerveza más vendida en la unión americana, hasta que decidió utilizar para su promoción a un personaje transgénero, resultando en una caída estrepitosa de ventas que ha tenido como efecto colateral, que hoy la cerveza más vendida en los Estados Unidos sea mexicana, la Modelo Especial.
Más allá de la polémica estrategia de marketing de Bud Light, se percibe una guerra cultural, un choque de cosmovisiones entre lo correcto y lo políticamente correcto que, por supuesto, no es exclusivo de aquel país, sino un asunto global o cuando menos del mundo occidental, que a últimas fechas se debate entre la tolerancia y la promoción de lo trans. Por supuesto que es prioritario el respeto a la vida y forma de vida de cada individuo, de cada persona, de ser necesario por medio de acciones afirmativas, pero es momento también, de poner el orgullo en donde corresponde, que es en los valores, no en los colores; mucho menos el de las opciones electorales que ven al tema trans, tan solo como fuente de votos y no como un compromiso con la diversidad y las minorías, lo cual no implica agraviar a otros sectores, mucho menos a las mayorías, pues en su conjunto, todos, forman parte del crisol multicultural que integra al México contemporáneo, que aún tiene entre otros retos, el de consolidar su transición democrática.
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