Por Uriel Flores Aguayo
Termina un año más de nuestra existencia, el 2022. No es de más, no solo una cuenta. Es vida, tiempo y convivencia. Por calendario, cronología, sustancia y simbolismo la vida se mide por años, uno a uno. Nos ocurre todo de acuerdo a un año determinado. Se reúne la familia, se celebran cumpleaños, hay bodas y bautizos, la gente muere, se concluyen estudios, llega la jubilación, los amores se van o llegan, nacen los hijos y nietos, hay matrimonios, inician y terminan las obras públicas, hay debates y conversaciones colectivas, hay renovada religiosidad, aparecen los sustos de la inseguridad, los gobiernos informan, se viaja, cultivamos memoria, en fin, vivimos para sí y para los demás; el tiempo pasa y no es renovable. La vida da oportunidades acotadas, los errores se corrigen si no son graves. La vida sigue.
Este año empezamos a respirar un poco de la maldita plaga del COVID, a vivir con mayor normalidad. Ese es un dato relevante. Este año seguimos padeciendo gobiernos ineficaces y corruptos, con sus excepciones locales. El 2022 fue el año del mundial de fútbol, la máxima fiesta deportiva a nivel universal; junto al fracaso previsible de la selección mexicana vivimos juegos sublimes.
Este año siguió siendo de la desigualdad y la pobreza a pesar de los programas asistenciales. Seguimos siendo una sociedad apática, escasamente informada y poco participativa; somos pasto del fuego demagógico y la farsa. Estamos vivos y tenemos mucho que hacer. Al balance personal juntémosles el social. Mirémonos y miremos a los demás; no se puede estar bien en lo individual si falla lo colectivo. Nuestra visión debe ser amplia y generosa. Reforcemos aciertos, demos continuidad a lo positivo y detectemos los errores para corregirlos. Si nos aceptamos seremos mejores. Podemos ser factor positivo para la familia y la sociedad.
Este año fue otra oportunidad para no pasar sin huella por la vida, para dejar testimonio de nuestra presencia, pero en sentido relevante; para no ser marginales e intrascendentes. Este año pudimos ser más auténticos, más espirituales y buenas personas. Cada quien sabe si lo intentó y si lo logró. Ese es el balance indispensable.
También es reflexión con luces y sombras, con autocritica. Pensar sobre lo andado es un buen principio. Pensar es imaginación, son ideas y propósitos renovados para el año siguiente. Vamos al 2023 ineludiblemente; hay que vivirlo con optimismo, pasión y esperanza. Que lo que hagamos sea mejor. Que seamos portadores de cultura y decencia; que eludamos el odio y nos propongamos ser mejores seres humanos. Ya veremos dentro de doce meses cómo nos fue y qué hicimos para que nos fuera bien.
Les envío un abrazo fraternal estimados lectores, que el Año Nuevo lo sea plenamente y sean felices.
Recadito: patético el saludo navideño de AMLO.