Por Omar Zúñiga
Debo confesar que cuando escuché el nombre Chocholá, me pareció conocido, pero nada más, dada mi admiración por la cultura maya, pues está en Yucatán, sin embargo al googlearlo y ver su ubicación, se me refrescó la memoria.
Es un pueblito ubicado en el camino de Campeche a Mérida a una media hora de la capital yucateca, más o menos, y terminé de recordarlo porque hace algunos años ahí olvidé, en el cenote de San Ignacio, unos goggles de mi hija que a la fecha me siguen recordando.
Sin embargo, más allá de lo anecdótico, Chocholá viene a cuento porque este 9 de noviembre, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) discutirá un proyecto de sentencia que prohíbe a este municipio del oeste yucateco, colocar Nacimientos en espacios públicos, así es, esa representación en efigies que se pone en los hogares católicos, pero que a nivel global es un recuerdo de la Navidad, y que se pone junto con el arbolito, otra representación que nos recuerda esta emblemática fecha celebrada en todo el mundo, independientemente de religiones y que incluso es un día feriado en la mayoría de las culturas del llamado mundo occidental.
De acuerdo con el proyecto de revisión de amparo número 216/2022, de aprobarse, la Corte otorgaría la protección de la justicia federal para no utilizar recursos del erario para colocar nacimientos. Pregunta ¿y los adornos navideños que cuelgan los municipios en las calles? Ese dinero, poco o mucho es del erario.
La Primera Sala discutirá este día si se ordena al ayuntamiento a que “se abstenga en el futuro de colocar en espacios públicos del municipio de Chocholá signos que hagan alusión a una convicción religiosa específica”.
El proyecto del Ministro Juan Luis González Alcántara propone prohibir la colocación de los nacimientos de Navidad o cualquier otro adorno o signo que haga alusión a una convicción religiosa.
Considera que colocar dichos elementos en espacios públicos atenta contra la libertad religiosa y contra principios constitucionales del Estado laico, así como el principio de igualdad y de no discriminación, cosa que en sí misma representa una contradicción, pues la prohibición atenta contra el principio de igualdad y no discriminación.
Al respecto, la Conferencia del Episcopado Mexicano publicó una postura oficial a través de un comunicado fechado este domingo 6 de noviembre, del que me quedo con el punto 5, que a la letra dice:
“En México, particularmente en la primera mitad del siglo pasado, una corriente política sumamente intolerante, quiso prohibir el ejercicio no sólo público, sino también privado de la libertad religiosa, así como de culto. La persecución, fue una manifestación de una visión autoritaria y equívoca de la función del Estado, que no puede regir el fuero interno de las personas, es decir, su conciencia. El Estado Laico, no puede ser comprendido como la ausencia, la falsa neutralidad de lo religioso. La eliminación de cualquier signo religioso, supone ya la afirmación “de la increencia”. Esta posición, ha ido configurando la corriente “laicista”, cada vez más desplazada en el mundo moderno”.
Aunque me parece una postura fuerte sin lugar a dudas y quizá radical, no debemos perder de vista que efectivamente, el gobierno de Plutarco Elías Calles “el Jefe Máximo”, con su ley anticlerical, dio paso a la Guerra Cristera nacida en los Altos de Jalisco, que dio a su vez paso a mártires, hoy convertidos en beatos (el padre naolinqueño Ángel Darío Acosta Zurita, por ejemplo) y santos, varios precisamente de Los Altos.
Hay necesidad de una prohibición de esta naturaleza, es pregunta. Porque si bien Chocholá es un pueblito de atardeceres arrebolados perdido allá en la grandeza de Yucatán, con poco más de 4 mil habitantes, se sienta un precedente, de riesgo, pues tampoco hay que perder de vista que en Chiapas –por mencionar una entidad- ya se han registrado muertos por enfrentamientos entre grupos de católicos y evangélicos.
Reitero la pregunta de líneas arriba, qué pasará entonces con los adornos navideños, las celebraciones de Semana Santa, donde incluso se registra lo que los gringos denominan spring break, es decir las vacaciones de medio ciclo escolar y que hasta el tlatoani se va derechito a La Chingada para descansar esos días.
Para documentar el optimismo, la celebración de la Virgen de Guadalupe, que aunque a los agnósticos y ateos les encanta gritar a voz en cuello que es un mito genial salido de los conquistadores españoles para dominar ideológicamente a los aztecas por aquello de Tonantzin, la realidad es que el pueblo mexicano somos un pueblo guadalupano, guste o no.
Y de vuelta a la votación de hoy de la Corte y sin afán de ponerse cursi ni mucho menos, la Navidad es una fecha de conciliación, reflexión, paz y amor, que tanta falta nos hace a un pueblo dividido por un personaje que se cree el huey tlatoani, como el nuestro. Parafraseando al filósofo de Ciudad Juárez… “pero qué necesidad”.
¡Qué barbaridad!
deprimera.mano2020@gmail.com