Por Sandra Luz Tello Velázquez
En ocasiones nos encontramos en medio de historias, sentimientos, pensamientos e inquietudes escritas por otros, sin embargo caminamos al encuentro de nosotros mismos, de experiencias que en última instancia nos son dadas a través de la lectura.
El papel del lector es único en la producción literaria, pues enriquece, nutre y perpetua aquello escrito por alguien más, se transforma en un trazo nuevo que establece una marca conforme a la singularidad de cada persona que lee, a su vida, a su historia, en ocasiones solo son fragmentos que nos cambian, en otras los libros son voces que resuenan para modificarnos por completo.
Cuando un libro, un artículo, una obra nos encuentra gracias a la causalidad, nos apropiamos de su contenido y este nos acompaña, sirve como cimiento para construir otros saberes, sentimientos, emociones y formas de pensar y enfrentar al mundo.
Las mieles compartidas en tertulias de lectores nutren de erudición, la lectura que no se comparte se encierra en los rincones de quien lee de forma egoísta, charlar acerca de historias de navegantes, de versos musicales, de disertaciones filosóficas o de descubrimientos que nos cambian el rumbo le da sentido a la lectura.
Finalmente, dosificar la lectura como experiencia de consumo diario o darnos un atracón en una tarde que alcance la madrugada dependerá de cada uno y su gula lectora. Lo interesante es reconocer nuestra función y lo que hacemos con los contenidos, porque como mencionó Roland Barthes: “la lectura, es ese texto que escribimos en nuestro propio interior cuando leemos”.