Por Sandra Luz Tello Velázquez
Han transcurrido 160 años desde aquella mañana del 5 de mayo de 1862, en la cual el general Ignacio Zaragoza, avistaba a las tropas del ejército francés avanzando por la Hacienda de Rentería. Cerca del mediodía las fuerzas mexicanas que constituían el ejército de Oriente comandado por el general Zaragoza y apoyado por Miguel Negrete, Felipe Berriozábal, Juan N. Méndez y Porfirio Díaz, enfrentaron a los zuavos, en Acultzingo y después en los fuertes de Loreto y Guadalupe, la Garita de Amozoc y la Plazuela de San Román hasta llegar al Barrio de los Remedios en la Ciudad de Puebla.
Dicha batalla forma parte de uno de los pasajes de la Historia de México que representan la unidad, patriotismo y valor en defensa de la soberanía nacional, la consigna del general Zaragoza era combatir con todas las fuerzas para morir con dignidad. El enfrentamiento era a todas luces desesperanzador, México parecía estar destinado a la derrota, al exterminio de las fuerzas nacionales, ya que se enfrentaban a un ejército invicto medio siglo, mientras que el ejército de Oriente mexicano estaba conformado por hombres mal adiestrados, mal armados con chatarras desechadas por traficantes de armas francesas y por supuesto mal alimentados.
México era presa fácil para Bonaparte y sus ambiciones, pues el país se encontraba en bancarrota debido a los excesos del gobierno de Antonio López de Santa Anna y la guerra de Reforma, México era un país golpeado internamente, dividido y perseguido por sus acreedores internacionales.
Sin embargo, la defensa de México ese 5 de Mayo unificó a un país dividido, cuyos contingentes estuvieron conformados por mexicanos de convicciones liberales y conservadoras, entre ellos el hijo de Morelos, Juan Nepomuceno Almonte, quien se reunió con huestes de distintos puntos del país para reforzar un ejército maltrecho y parchado por divisiones provenientes de Oaxaca, del Estado de México y San Luis Potosí y los indios zacapoaxtlas que fungieron como reservas que, evidentemente carecían de entrenamiento.
Y aunque al año siguiente sobrevino otra invasión que mantuvo la ocupación francesa hasta 1867, la relevancia de una conmemoración en la que se ganó una batalla y no la guerra representa un hito en la historia de México porque se reunieron fuerzas de todos los estratos, incluso los conservadores para vencer al oponente invasor, tanto así que desde Europa se hizo patente la emotiva voz de Víctor Hugo en la carta que escribió estando en el exilio: “Valientes hombres de México, resistid (…) Vuestra heroica resistencia se apoya en el derecho y tiene en su favor la certidumbre de la justicia”.
Es por ello que el recuerdo de los cañones que rugieron esa tarde del 5 de Mayo de 1862 deben hacerse presentes, no como una celebración hueca, sino como exigencia para reconocer que no necesitamos de un enemigo externo para unirnos por esta patria, que en ocasiones parece reforzar el culto a la personalidad de un líder demagógico, cuyas propuestas se disfrazan de patriotismo. Deberíamos dejar de lado los discursos que polarizan y generan un ambiente de crispación. Esta conmemoración debería ser el motor que nos movilice para opinar sin miedo y sin odio, que nos lleve a generar soluciones conjuntas para enfrentar los retos y desterrar la desunión.