A las mujeres se nos rescata por la palabra

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

Reivindicar la labor y legado de las escritoras y de la literatura creada por mujeres es uno de los tantos retos que seguimos enfrentado como sociedad. En la educación formal e informal y en la creación misma, en ocasiones resulta complicado para las escritoras deshacerse de los mantras construidos a través del estudio del canon y bagaje literario publicado, en su mayoría, por escritores. Por tal motivo, es difícil para las mujeres encontrar su voz, escribir como ellas mismas.

A lo largo de la historia de la literatura las escritoras fueron casi borradas, en particular, en la producción mexicana; en otros casos, la crítica se ha ocupado más de la vida íntima o personal de ellas que de su obra, incluyendo a tantas autoras contemporáneas, lo que no suele ocurrir con los artistas de las letras masculinos.

Cabe señalar el caso de Elena Garro, cuyos restos descansan en un sepulcro en Jardines de la Paz en Cuernavaca. Durante años no tuvo lápida, solo era una tumba cubierta con cemento, atrapada en el olvido reposaban las memorias de quien fuera la precursora del Realismo Mágico y una de las más hermosas voces de la literatura mexicana; escritora de teatro, novela, cuento y artículos periodísticos. El reconocimiento tardío le vino en 2016, en el centenario de su nacimiento, en ese mismo año se reeditó la novela “Reencuentro de personajes” en donde se le presentó como “mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”, confirmando la visión de su figura dependiente de los escritores a quienes siempre se les da mayor reconocimiento.

El estigma de Elena Garro lo vivió su hija Helena Paz Garro, quien inició su jornada en la literatura de manera tardía, vivió la pobreza y el exilio en Europa junto a su madre, tras haber sido acusadas y perseguidas por el gobierno mexicano en 1968. Vivió en la pobreza extrema, la soledad y sus libros fueron publicados en una etapa muy adulta, “Memorias” y “La Rueda de la Fortuna”. Sin embargo, años antes se desempeñaba como articulista, aunque su mayor reconocimiento se debió al apellido y fama de su padre, como en tantos casos en los que se vincula la figura de la mujer a la sombra de un hombre.

La marginación de escritoras mexicanas alcanzó a los programas académicos, pues su representación no es proporcional a la de los escritores (una razón es porque son más los hombres cuyas obras han sido publicadas).

La presencia de las mujeres en las esferas escolares es limitada. Está comprobado que en los libros para primaria gratuitos solo un 13.7 por ciento incluye textos de escritoras contra el 65.4 por ciento de escritores. En cuanto al ámbito popular, una escritora como Sor Juana Inés de la Cruz solo es reconocida en algunos casos por los versos de su redondilla “Hombres Necios que Acusáis a la Mujer” o porque su imagen estampa a un billete; sin embargo, su prolífica obra y sus avasalladoras ideas acerca de la liberación del pensamiento femenino son casi desconocidas.

Han sido muchas las escritoras silenciadas, olvidadas, perseguidas y relegadas. ¿Qué esperanza hay de lograr un verdadero acercamiento y difusión a la obra literaria escrita por mujeres?

Falta mucho por recorrer, por cambiar como sociedad, como formadores, como educadores en casa y como maestros. Por tal motivo, queridos lectores, hoy les dejo una frase de Elena Garro para el discernimiento y para tomar acciones verdaderas: “hay que hablar, aunque nos cueste la vida (…)”. El rescate nos viene de la palabra.