Cuando la Navidad deje de ser solo ruido

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

Cada diciembre llega con su promesa de luz y de paz, aunque también se acompaña de un cansancio difícil de nombrar. No es el peso del fin de año, sino la forma en que la que transitamos estos días. Entre agendas llenas, compras urgentes y sonrisas programadas, la Navidad corre el riesgo de convertirse en un decorado de escaparate, en una especie de descontrol guiado por el consumismo, un tiempo incapaz de tocarnos por dentro.

Parece que Robert Louis Stevenson lo predijo hace más de un siglo, cuando escribió el Sermón de Navidad, superando la fragilidad de su cuerpo a través de la lucidez del espíritu. Se trata de una obra profundamente humana, que no puede considerarse religiosa, puede considerarse un alto en el camino para preguntarse y, preguntarnos, qué significa vivir bien cuando un año cierra y la vida, con su carga de imperfección, continúa abierta.

Stevenson sostiene que el ser humano está en su mejor momento h el cuando se acerca el fin de año. No porque haya alcanzado sus metas, sino porque, por unos días, mira más allá de sí mismo, hay una observación delicada y certera: la Navidad suaviza el juicio, aligera las exigencias, nos vuelve un poco más atentos con y para los otros, aunque deberíamos ser siempre así, el resto del año solemos olvidarlo.

Esa amnesia continuada en un año es la que define a la Navidad actual saturada de estímulos, parece que hemos olvidado su vocación de silencio. En donde antes había espera, hoy hay prisa; en donde prevalecía la sobriedad, hoy hay exceso, en los lugares que se llenaban de amor sincero hoy se justifica la simulación.

Stevenson propone un mínimo sentido de ética, es austera pues se basa en ser honesto, ser amable, gastar un poco menos de lo que se gana y, quizá lo más difícil, volverse amigo de uno mismo. No es un ideal inalcanzable, sino un ejercicio cotidiano.

En nuestros días. la relevancia de la Navidad no debe centrarse en rescatar tradiciones, sino en recuperar su verdadero sentido que, desde el cristianismo se encuentra en el nacimiento de Jesucristo y el alcance de la redención, desde una perspectiva universal se trata de cuestionarnos si al cerrar el año somos un poco más honestos, un poco más amables, un poco más humanos. Porque si la Navidad no nos transforma, entonces solo queda el decorado.

Finalmente, Stevenson, reconoce en su sermón que la vida incluye tropiezos, pérdidas, derrotas que quizá no se corrijan, con ello hay una aceptación serena de la pérdida o el fracaso, sin embargo, insiste en el honor que se fortalece al mantenerse en el camino de la bondad, en la dignidad del esfuerzo silencioso, la nobleza de la lucha cotidiana, incluso cuando esta no lleve a finales perfectos.