Por Jaime Fisher
Papo Levet no necesita presentación. Ni aquí ni donde sea que ahora se encuentre. Fue un veracruzano porteño de origen misanteco. Eso es suficiente.
Lo conocí -hace más años de los que puedo recordar- viendo un partido de futbol americano (¿acaso hay otro futbol?) entre Vikingos de Ingeniería y Lobos de Arquitectura en el Estadio Xalapeño. Era bueno para el trompo, y de los pocos “jarochos” que en esa época se la rifaban face to face. Corrían los tiempos del rector Roberto Bravo Garzón.
Alcanzamos a tomar algunas cervezas en la barra más grande de Xalapa, ubicada en ese entonces entre la torre cinética y el estadio, frente a las escaleras de rectoría; y otras cuantas en “Perro Salado”, allá por Mocambo. Lo dejé de ver. Yo salí de aquí, y él -según creo- se quedó por acá, siempre entre el puerto y la capital. Años después, cuando volví a encontrarlo, ya andaba metido en la política sindical universitaria, cosa con la que yo no tenía ni tengo muy buena química que digamos, pero siempre nos tratamos con respeto y consideración.
Era también secuaz de quienes habían sido mis profesores en la facultad de economía -Daniel Romero, Rafael Arias y Nacho Silva, entre otros economistas, como el Burro Olivares Pineda y el Chile Frito Carlos Hernández, todos ellos finísimos caballeros, como es de imaginar. Solía yo decirles, medio en broma y medio en serio, que entre todos juntaban varias condenas penales de por vida; y respondían que, si me incluían a mí, la condena sería para la eternidad.
Por mi colaboración en los medios -dado mi trabajo en la Universidad y el suyo como dirigente sindical-, el siempre polémico liderazgo del Papo me brindó la oportunidad de arrimarle dos o tres chingadazos en mis “columnas”, oportunidad que, por supuesto, no dejé escapar. Aguantó vara y nunca se quejó. Y no sólo aguantó: cuando hace unos años -durante un rectorado a cuya titular no mencionaré- me levantaron un acta circuncidada con la aviesa intención de despedirme, él mismo dirigió mi defensa desde el sindicato. Citando al clásico me dijo: “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.”
Hay colegas con opinión distinta. He de exponer la mía. En la última discusión que tuvimos -hace apenas unas semanas en el Bacan Macut- le reclamaba yo su apoyo al espurio pseudorector; entonces “acordamos” seguir sanamente en desacuerdo, y ver a la universidad como unidad de lo diverso: “cada chango a su mecate”, fue la conclusión salomónico-jarocho-misanteca a que llegamos. Papo, en este y otros sentidos, fue más universitario y liberal que muchos académicos fanáticos e intolerantes que por el mundo van de toga y birrete.
Lamento mucho su muerte. No sólo como amigo, sino como universitario.