Quebradero

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Lo más importante de lo menos importante

 

Por Javier Solórzano Zinser

Aquel extraordinario extremo derecho de la Selección de Brasil en los mundiales de 1958, 62 y 66, Manoel Dos Santos Garrincha, conocido como “la alegría del pueblo”, no entendía los mundiales.

Decía que cómo era posible que con sólo ganar siete partidos se podía ser campeón del mundo, siendo que en Brasil se jugaban 38 partidos al año para ver quién era campeón.

Garrincha estaba sorprendido, porque además en Suecia sólo jugó cuatro partidos, los primeros tres estuvo en la banca hasta que su entrenador en la desesperación se dio cuenta que tenía en el banquillo a Pelé y a Garrincha.

Algo tenía de razón el divertido y querido jugador del Botafogo, en función del trajín que viven los jugadores de todo el mundo, hoy con más intensidad que antes. Sin embargo, la fiesta es la fiesta. A partir de hoy poco importan todas las consideraciones que se hagan, porque con el sorteo para ubicar a las selecciones nacionales en grupos para la competencia, se echa a andar el Mundial.

Lo que tiene este evento, a diferencia de otros de carácter internacional, es que está diseñado y hecho particularmente para doña tele. Los horarios de los juegos están de tal manera escalonados en que sea difícil que dos partidos se juegan a la misma hora con tal de que doña tele pueda transmitir todo.

La atención y pasión que tiene el futbol es una de las razones más importantes para la comercialización del Mundial, van a la segura. Lo que mueve al juego es el dinero, pero es también la gran afición que existe en todo el mundo por el deporte que es en sí una fiesta.

Es un juego históricamente cercano a la gente y representa identidades en todo el mundo. Los equipos nacionales se convierten en la cara de los países, sin pasar por alto que cada vez los equipos locales se han convertido en la representación de comunidades o de ciudades, los cuales son defendidos y apoyados con una vehemencia que en más de un caso se esconde para desatar la violencia.

Este Mundial tiene su alta dosis de lo inédito. Son tres países los que lo organizan, participan 48 equipos, seis de los cuales están por jugar lo que se llama repechaje para tratar de calificar. Pero, sobre todo, llega en un momento de tensiones internacionales que inevitablemente han influido e influirán en el evento.

EU se ha encargado de entenderse con la siempre acomodaticia FIFA. Su presidente se ha entregado materialmente a Donald Trump, lo que ha llevado a que materialmente México y Canadá jueguen un papel secundario. De hecho, en términos del número de partidos que se jugarán en estos países es por mucho menor que los que se jugarán en EU. La entrega de Infantino define a la FIFA y lo que piensa de Trump.

En el camino se pueden presentar imponderables. De nuestro país preocupa la inseguridad. No hay claridad sobre los alcances de la violencia que nos acompaña con los cárteles de la droga.

En el caso de EU no se sabe hasta dónde podrá llegar la mano de Trump en relación con la migración, cómo va a reaccionar si algunos países que considera “enemigos” tienen su sede en su país, sin olvidar que no van solos, van con una amplísima afición; ya adelantó que un boleto no es la visa.

Como fuere, el mundo, hayan calificado o no hayan calificado algunas naciones, estará pegado a la televisión. Nos inventaremos todo tipo de especulaciones, lo cual es la esencia del aficionado.

Si alguien tiene memoria sobre el futbol es la tribuna, tienen mejor recuerdo que los propios jugadores, es por ello por lo que cada semana ellos desatan la fiesta.

Al final, por más intereses que rodeen a lo más importante de lo menos importante, el juego empieza y termina entre los aficionados.

RESQUICIOS.

Después de su dubitativo viaje a Washington, la mandataria vendrá corriendo para celebrar un día más de la Presidenta. No queda claro de qué se trata, pero la marcha de hace algunas semanas, a lo que se suma un tormentoso noviembre, algo tienen que ver.