Por Uriel Flores Aguayo
Tal vez todo sea obvio. Rebuscado. Pero al menos para tener una lectura más y mejor hay que persistir en tocar asuntos de interés general. Todo mundo sabe que existe una vida pública junto a la vida privada de cada quien. La primera es compleja y abundante, trata de la movilidad, lo laboral, lo educativo, la salud, las reuniones de café y lo deportivo, entre tantas actividades.
Esa vida pública supone una conversación, diálogo y debate del mismo alcance. Se sostienen en los medios de comunicación, las redes sociales y la convivencia personal. El nivel de nuestra vida pública refleja la forma en que funciona la sociedad. Casi siempre marcha con normalidad, con excepciones en accidentes y violencia. Una sociedad armónica habla de una vida pública de calidad. Es la educación, el discurso oficial y los aportes culturales de la sociedad civil lo que nutre la conversación pública. Puede ser de calidad o no. Se nota rezago en el abordaje del diálogo y debate con un mayor nivel intelectual. No siempre se aportan argumentos, razones y pruebas. Definitivamente hay que subir el nivel.
Es necesario trabajar en reducir al mínimo la polarización y la propaganda para abrir paso a las coincidencias con la verdad y la inteligencia. Es indispensable no alterar ni vulgarizar el lenguaje para efectos de intercambios. Las escuelas deben ser oasis de tolerancia y cultura, donde se fomente la lectura por sistema y se abran espacios al debate constructivo y de altura.
Hay que sujetar la política partidista a la verdad, restándole atención a lo que puede ser vil demagogia y consignas. Es de observación indispensable para todos, propios y extraños, que hay oportunismo en quienes desean escalar mintiendo o reproduciendo ocurrencias. Ese tipo de personajes degradan a la política y a la conversación pública. Se debe ser firme con los charlatanes, son mal ejemplo para las nuevas generaciones.
Es momento para que las descalificaciones, los ataques y la vulgaridad sean exhibidos y aislados. Lo ideal es tener una conversación pública culta y propositiva; a nadie se pide que renuncie a su forma de pensar, lo importante es que piense en algo y lo sostenga con argumentos. La conversación pública se degrada con la intolerancia y la demagogia. Aquí entran en juego la crítica y la autocrítica, la primera como condición de libertad y la segunda como actitud de honestidad. Si nunca se duda, se vive en la oscuridad de los dogmas. Hay que tener la altura de reconocer al otro y cambiar de parecer cuando haya justificación. He observado que se tiende a instalar dos campos en la opinión pública: a favor y en contra. Y que es abrumadoramente limitante el intento de una tercera postura. Es fácil pero negativa la polarización. Si las ideas, en caso de tenerlas, se vuelven creencias, el resultado es un círculo vicioso de incomunicación. Es algo pobre tener una identidad política en base a propaganda.
El llamado y exigencia a los actores políticos es para que suban su nivel de debate. Y a la sociedad toda que participe de manera activa e informada en la vida y conversación públicas.
Recadito: Xalapa queda en buenas manos.